Lo que siempre se ha negado y tapado en la familia
 
 
 
 
 
 
 
 
 

En el verano de 1997, pasando unos días de mis vacaciones en la casa de mis padres, durante la cena mi padre empezó a insultar a mi madre como lo había hecho desde que tengo memoria; aquella sesión de insultos la verdad que no tenía nada de especial, le decía cosas como “acémila”, “bestia”, “tonto”, etc, es decir, por la gravedad en sí de los insultos para lo que nos habíamos acostumbrado a escuchar cientos o miles de veces, se podían considerar casi halagos. Otra cosa era que con el tono de desprecio empleado y que se los decía a gritos y soltando entre insulto e insulto un “me cago en dios”, ante aquello se hacía más difícil permanecer indiferente. No sé cuál pudo ser la razón para empezar a insultarla en aquella ocasión, pero era lo de menos, seguramente que no había ninguna y mi padre tampoco la necesitaba; el hecho de tener una esposa de tan denigrante estirpe que claramente no merecía un marido tan bella persona como él, era razón suficiente para insultarla cuando le apeteciera. Pero eso también lo habíamos normalizado en casa sus cinco hijos y así lo seguimos viendo de adultos porque jamás se nos habría ocurrido interrumpir un brote de ira de nuestro padre para que dejara de insultar ya fuera a uno de nosotros, a nuestra madre y mucho menos cuando denigraba a cualquier otro de la familia materna o vecino del pueblo; incluso creo que en nuestro subconsciente lo encajábamos como que él tenía sus razones porque el silencio con el que lo aceptaba nuestra madre era como si reconociera que al menos en parte lo merecía.

Estaba claro que la situación de penuria económica en la que nos encontrábamos de niños no era el motivo de su agresividad. En aquellas fechas ya llevaban jubilados más de 10 años, acababa de estrenarse como abuelo con sus dos primeras nietas, sin ningún problema económico, con la casa adecentada en lo básico por sus hijos incluyendo baños, cocina, habitaciones y suelos. No tenían que gastarse en nosotros nada durante nuestras visitas porque la mayoría llevábamos compra más que suficiente para lo que consumíamos después. La estampa normal que te encontrabas en aquella casa durante las visitas era a nuestra madre la mayor parte de su tiempo trabajando en la casa y en sus horas de descanso cosiendo y él sentado a la sombra en la calle si hacía buen tiempo o en su sillón dentro del salón. Jamás me lo encontré pintando una ventana, limpiando los escombros y basuras que rodeaban la casa o retejando alguno de los chúmbanos que tenían goteras por todos los lados. Pero aquello no le hacía sentirse feliz; aquellos años los empleó básicamente para intentar saldar cuentas con todo bicho viviente que consideraba le había hecho daño y hacerle daño incluía el ignorarle totalmente; precisamente eso era una de las mayores afrentas que se podían cometer contra él.

Sabía que si abría la boca durante aquella bronca en la que solo hablaba e insultaba él, aquello se podría ir de las manos y esperé a que al no tener respuesta de ella, él se callara, al fin y al cabo aquello ya no se podía cambiar; pero la situación de tener a un hijo mayor tragando con su despotismo parecía motivarle más y empezó a subir el tono. De repente de entre las innumerables escenas de histeria que había vivido con él, me vino a la memoria aquella de la obra de Torrecuadrada a finales de los años setenta donde de una forma tan miserable se quitó la careta y dejó muy claro que jamás había querido a aquella mujer ni sintió ningún orgullo por la paternidad sobre sus hijos desde el primer día. El problema de aquella situación es que yo no encontraba ningún motivo que de verdad justificara permanecer en silencio; por entonces teniendo ya una profesión fija como militar de carrera, llevaba un año haciendo voluntariamente un curso de promoción a oficial soportando muchos más sacrificios que hizo él en su puta vida, principalmente para no acabar siendo un perroflauta ruin ni tener que soportar a ninguno como él y sin embargo, allí estaba yo: callando mientras humillaba a su mujer -mi madre-, callando ante quien no era ya por entonces para mí más que el mismo miserable hijo de la gran puta que llevaba casi cuarenta años detentando la figura parental sagrada del cabeza de familia sin saber ni poder ni querer asumirla nunca; simplemente se servía de ella para alimentar su hedonismo descontrolado y tener garantizado su suministro narcisista.

 

Con una aparente tranquilidad le dije que dejara ya de insultarla o que al menos la llamara tonta en lugar de tonto que a él tampoco le gustaría que nadie le llamara tonta. El que por primera y única vez un hijo se atreviera a llamarle la atención por insultar a su esposa, lo sacó al momento de sus casillas y empezando por un “¡me cago en dios!, ¿y a ti quién te ha dado vela en este entierro?”, se transformó en pocos segundos como tantos cientos o miles de veces lo había hecho y todavía recordaba: perdía el control y le salía su verdadera personalidad totalmente contraria a la que mostraba en la calle, entraba en una especie de trance, se convertía en un personaje grotesto amenazando con movimientos espasmódicos de todo el cuerpo y tenía un tic (o TOC) al apoderársele totalmente la histeria por el que los ojos se le iban hacia arriba hasta darse la vuelta los globos oculares quedándosen en blanco y en ese estado comenzaba a soltar a placer todo tipo de insultos a cual más hiriente; mientras me insultaba a voz en grito le dije que esta vez me iba escuchar él a mí entonces se levantó de la silla y salió rápido hacia la parte de la casa donde estaba antiguamente el bar; no supe cual podía ser la razón por la que "huía" de la bronca porque nunca lo había hecho, pero cuando quise darme cuenta aceleró el paso y se dirigió a coger una de las escopetas que tenía en un rincón debajo de la escalera. Al llegar a ella y ver que yo le seguía a poca distancia volvió a dejarla, puede que porque no le daba tiempo material a cargarla o en caso de que ya lo estuviera ni si quiera a encañonarme. Pero eso no lo pensé entonces, creí por el contrario que aquello podía haber sido un movimiento reflejo incontrolado por su estado de enajenación, aunque años después cuando ya estaba en la residencia pude saber que tenía la querencia de utilizarla para encañonar a su mujer tantas veces como le venía en gana. Ahora sabiéndolo estoy seguro que él la volvió a soltar porque era consciente que no le iba a resultar tan fácil de encañonarme como la primera vez que lo hizo con su mujer en Valdesaz cuando una noche ella quiso huir de la casa con su primer niño bebé en los brazos y la segunda todavía en el vientre. Pudo pensar que en esta ocasión de haber sospechado su hijo de 35 años en un buen estado de forma física que de verdad le iba a encañonar, hubiera podido acabar la culata de la escopeta astillada en su cabeza y probablemente no le hubiera faltado razón.

 

Al día siguiente, evité quedarme en casa para no agravarlo más pero mi preocupación era qué represalias podía tomar contra mi madre porque era su costumbre pagar con ella cualquier contrariedad que le surgía aunque ella no tuviera nada que ver y mucho más si como en este caso era por culpa de uno de los hijos, perteneciente en su lógica incontestable a la misma estirpe de monstruos de la que consideraba a su mujer. Como disponía por entonces de un cassette grabador que utilizaba para para la asignatura de inglés, pensé en dejarlo puesto escondido una vez me marchase para ver hasta qué punto era capaz de llegar en sus más que seguras amenazas a su esposa. Efectivamente como esperaba la insultó y amenazó hasta la saciedad y lo peor es que aquello muy probablemente no hubiera tenido valor legal para denunciarle y de hacerlo sabía que jamás contaría con el testimonio de ninguno de sus otros hijos, de no servir, no me sirvió ni para que mis hermanos biológicos la escuchasen cuando les conté lo que pasó; es más me consta que se me criticó porque consideraron que había vulnerado el derecho a la intimidad de nuestros padres. Ahora como sé que jamás estarían dispuestos a escuchar o leer esta publicación hasta aquí, me queda la tranquilidad de que no volverán a ofenderse.
 
 

 

CONTENIDO

 
 

Amenazaba a la esposa y la insultaba incluyendo a su familia de origen, culpándola porque un hijo se hubiera atrevido a llamarle la atención por insultarla insistentemente delante de él.

me cago en dios no se lo que un día voy a tener que hacer, ¡¡hija de perra!! ¡¡hija de perra!! ¡¡mala!!

¡¡putísima!! Consentir lo que consentistes anoche… ¡no tiene perdón! ¡¡lástima no te saquen los hígados!! ¡¡los hígados te tenían que sacar!!...igual que esa puta familia de locos…¡

 
     
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