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La abuela Petra con su nieta Adriana en Torrecuadradilla. Diciembre de 2022 (Foto de Esther)

 
 

En Madrid, a 10 de febrero de 2024

 
     
     
     
 

Dedicatoria

Redactado en memoria de mi madre y dedicado a su nieta Adriana, mi hija, que la colmó de abrazos cuando más los necesitaba.

 
     
 

¿Por qué escribir ahora estas memorias?

 
 

Es ahora, en esta fase de la vida que suele comenzar cuando los progenitores mueren por ley natural, cuando debemos empezar a aprender a envejecer, porque como decía Gala , la vejez no se improvisa, nos vamos haciendo viejos y hay que prepararse, hay que tener recuerdos imborrables como ella los tenía, hay que tener admiraciones guardadas como ella las atesoraba y mencionaba con un especial respeto. La infancia, los recuerdos de niño, las raíces en definitiva y el haber sentido formar parte de una comunidad facilitan la entrada en la madurez. (leer más)

 
     
 
Las raíces
 
 

Árbol genealógico circular convergente de cuatro generaciones de Petra Hernando Rodrigo

 

 
Hernando y Rodrigo, dos apellidos con arraigo en las familias de Torrecuadradilla
Estos son los documentos más antiguos que tengo de mi familia materna; el de la izquierda se encuentra en el Archivo General de la Administración, es una diligencia del ayutamiento de Torrecuadradilla firmada por su alcalde, mi tatarabuelo Ramón Hernando y el de la derecha es un acta de la almoneda celebrada el 1 de octubre en la festividad ya perdida en honor a Nuestra Señora del Rosario, en él figura como adjudicatario de una rosca mi tatarabuelo Evaristo Rodrigo. Lo adquirí por 9€ a un coleccionista de Toledo; me recuerda a los documentos contables y libros de todo tipo que vi de joven en un arcón de la antigua Casa de la Villa donde se guardaban junto con la sal para el ganado por lo que podría proceder de aquel lugar.
Ramón Hernando, bisabuelo por vía paterna de Petra Hernando, era alcalde de Torrecuadradilla en 1876
 
Evaristo Rodrigo participante en una almoneda de 1882, bisabuelo por vias paterna y materna de Petra, era el padre de su abuela Escolástica y su abuelo Rufino
 
 

Primeras fotos de la familia

No me consta la existencia de fotos de la infancia o adolescencia de mi madre o de sus hermanos a pesar de que hay otras mucho más antiguas de su madre y tías. La razón la desconozco pero situándonos en el contexto, aquella década de los 30 en la que pasó su niñez, fueron peores tiempos que los de comienzo del siglo; desde entonces la pobreza en toda España se agravó con las guerras coloniales que tuvieron que pagar las familias con dinero y vidas pues casi todas debían mandar a sus hombres jóvenes durante años fuera a conflictos armados que se contaban por desastres; por medio estuvo la llamada gripe española que agravó la situación. Unos años después, con muchas familias diezmadas, en 1928 nacería mi madre y transcurridos ocho años colvulsos llegó la guerra civil. Así las cosas, la primera foto de mi madre es de los años cincuenta.

Mamerta y su hermana Juana, años veinte
Abuelo Rufino, hijos Juana y Máximo, yerno y nietos años treinta
 
 
 
 
La guerra civil como escuela

Dicen que la verdadera patria del ser humano es la infancia y efectivamente, así lo demostró a lo largo de su vida ella que hasta en sus peores momentos el recordar anécdotas de su infancia, dura pero feliz o de su juventud le producían una mezcla de nostalgia y alegría igual que a quien vuelve de un destierro al lugar donde creció. Conoció a casi todos sus abuelos, fue querida de niña por su familia, por la de acogida en la Alberca de Záncara como evacuados durante la guerra civil, por su maestro don Antonio y hasta por algunos soldados que le regalaban chocolate y comida como recordaba ella en ocasiones con una sonrisa. Puede que aquella angustiosa larga y cruel guerra fuera la escuela que le formó para lograr su increíble resiliencia que le ayudaría a pasar interminables y sombrías décadas de sacrificios y maltratos y por la que pudo a una edad muy tardía volver a recuperar la sonrisa con la que destacaba de niña y de joven, sonrisa que había perdido demasiado pronto y durante demasiado tiempo.

La formidable memoria que tuvo hasta el final de sus días y la forma sencilla de expresarse le permitió transmitir vivencias y sensaciones que al escucharla era como si las hubieras presenciado. Uno de sus más lejanos recuerdos era ver los aviones en el horizonte arrojar sus bombas sobre el monte, probablemente porque no pudieron lanzarlas sobre sus objetivos y debían de aterrizar sin ellas y recordaba el detalle de que su padre cuando los veía le mandaba esconderse en el hueco de la escalera. Era una verdadera enciclopedia de recuerdos; cada vez que le preguntaba por algo que había escuchado antes pero que no recordaba bien acababa añadiendo algún detalle porque era tanta la información que tenía en su memoria que no había tiempo para transmitirla toda. Algunos detalles de los que ella hablaba después me sorprendieron porque al consultar en los Archivos Generales Militares documentos sobre la guerra civil en el pueblo podía comprobar que eran tal y como ella lo contaba: recordaba que en “La Cueva” bajo la iglesia estaban las transmisiones de los militares republicanos y que en otra junto a la fuente “Mencía” tenían el polvorín. También describía escenas que probablemente nunca se documentaron, pero ella las detallaba a la perfección; decía que el tejado de la ermita de Santa Ana lo destrozaron los soldados porque se subían a coger pájaros de los nidos; también recordaba una imagen que seguramente le impactó por lo cruel que resultaba para una niña como ella educada en la fe católica ver tras el expolio de la iglesia y la ermita, la figura de madera de Santa Ana ardiendo junto al camino de los Villares; recordaba que estuvo varios días saliendo humo de los restos de la figura. Era tal su facilidad para recordar y expresar detalles que a veces enriquecía con su valoración particular, que 70 años después de que los presenciara se ganó un lugar preferente durante la elaboración del documental etnográfico “El lugar de un pueblo” de Montse Altés y Francesc Rodríguez.

 

La costosa contribución familiar para las guerras
 
En julio de 1936, al estallar la guerra, en la familia de mi madre eran ya cuatro hermanos y la quinta estaba a punto de llegar. Mi abuelo Vicente había estado durante tres largos años entre 1919 y 1922 en Ceuta cumpliendo el servicio militar. Como no llegué a conocerle y tampoco mi madre contó nada sobre su estancia en aquella plaza africana, nunca he sabido cómo pasó aquellos años, pero evidentemente estoy seguro que no fueron buenos; fue precisamente por entonces en aquella región del norte de África en el año 1921 donde el ejército español sufrió una de sus derrotas más sangrientas en el conocido como desastre de Annual. Aquel sacrificio de quitarle tres años de su vida para participar en un proyecto instigado por la ambición y corrupción política y militar predominante ya por entonces parece que no fue suficiente contribución al estado ya que durante la guerra a pesar de su situación familiar vulnerable volvería a ser llamado a filas de nuevo, esta vez por el gobierno republicano. Al parecer no se presentó, pero aunque estaba de su lado la ley el riesgo de aquella decisión en tiempos de guerra era muy alto.
 
     
Versión del bando enemigo sobre la situación en el pueblo durante la contienda
Informe del bando nacional de mayo de 1938 sobre el hartazgo de los vecinos de Torrecuadradilla con los soldados republicanos. Sobre la evacuación, para ese año ya habían trasladado mi madre junto con su familia a la Alberca de Záncara. En cuanto a pasarse al bando contrario, según contaba su primo Severino fueron varios los casos pero no de los vecinos del pueblo sino de sus propios soldados, algunos de ellos fueron fusilados en el pueblo por ello y en uno de los casos antes de hacerlo le obligaron a cavar su fosa.
     
Los datos sobre la ubicación que da este informe en su punto uno son menos precisos que los que recordaba mi madre; se está refiriendo a la pequeña cueva donde la tía Modesta tenía el gallinero.
 
Amistades para toda una vida
Escuché muchas veces a Cipriano contar las historias del Capdevila, al que tenía un gran aprecio porque durante la guerra su familia estableció amistad con él y después les ayudaría a sus primos a encontrar un trabajo en Cataluña, además le trajo la primera radio transistor (a pilas) que hubo en el pueblo y que recuerdo la escuchaba a todas horas. Capdevila era un militar catalán que estuvo en ejército republicano durante la guerra destinado en el pueblo de maestro armero y estaba encargado de tareas técnicas como las de electricidad y comunicaciones porque ya se dedicaba a eso en su tierra antes de la guerra. Entre esas historias que mi madre también conocía, estaba la de ir a dar la luz para el pueblo al molino de las Porcalizas el que se conoce como el del tío Agapito. Se adjunta la orden de operaciones del bando franquista donde se propone un golpe de mano para "coger en él durante la noche a un maestro armero enemigo y 2 rojos que ponen en marcha la central eléctrica, dando luz a Torrecuadradilla". Al parecer el maestro armero era Capdevilla; un curioso documento que leyéndolo al completo si no fuera porque habla de hechos reales y sangrientos, podría recordar las historias de la guerra que contaba el humorista Gila.
 
     
 
Ayuda entre la familia repartida por los dos bandos
En el trascurso de la guerra el pueblo cambió de bando, de manera que al inicio quedó fuera de la zona sublevada pero en unos meses fue tomado por tropas franquistas, concretamente por las tropas italianas del CTV que envió Musolini. Poco después, en mayo de 1937 las tropas republicanas retomaron Torrecuadradilla tras la derrota de los nacionales en la batalla de Brihuega que tuvo lugar en marzo de aquel año, las fuerzas nacionales retrocedieron hasta Sigüenza aunque después quedaría el frente en el Tajuña, quedando el pueblo dentro de las primeras líneas republicanas. En este retroceso parte del ganado fue con ellos quedándose sus dueños en el pueblo, ese fue el caso de mi abuelo Vicente que dejó el ganado administrado por su cuñado Bruno que estuvo durante la guerra en la zona nacional. En el documento adjunto puede verse la liquidación de los pastos durante la guerra en los pueblos de la zona nacional y la reclamación y entrega de la mula al finalizar la contienda. Para contextualizar y comprender mejor aquellos hechos recomiendo la lectura del libro "Guadalajara, la primera derrota del fascismo", de Olao Conforti.
     
Una guerra que en el pueblo no ganó nadie

Informe firmado en 1940 por mi abuelo materno Vicente Hernando Rodrigo como alcalde de Torrecuadradilla, en el que se hacía constar el saqueo generalizado de las viviendas de la mayoría de los vecinos por parte de los soldados. En el documental de Francesc Rodríguez, el testimonio de un vecino actual confirma el saqueo y destrucción que se produjo en viviendas y bienes de sus propietarios del pueblo por parte de los soldados durante los años de la guerra.

 
     
 
 
 
 
Los años de la posguerra
No lo llamaba hambre pero había escasez de comida
 
Recuerdo de niño que cuando alguien ponía reparo a la comida decían las personas mayores : «si hubierais pasado el hambre que pasamos en esta guerra no os quejaríais». Sin embargo mi madre nunca habló de que hubiera pasado hambre precisamente durante la guerra ni tampoco en la posguerra, pero sí es cierto que en el pueblo se implantó una economía de supervivencia; los vecinos se hacían ellos el pan por turnos en un horno comunitario; había huertos en todos los lugares en los que se disponía de agua, se aprovechaban todos los recursos naturales para dar de comer a los cerdos, las ovejas, las cabras o las mulas. Todo estaba contado y las prioridades eran cubrir las primeras necesidades, a veces en el caso de los niños ayudando en tareas de pastor o labranza desplazando a la tarea inexcusable para un niño como aprender a leer y escribir. Ese fue el caso de mi madre y de sus hermanos; todos fueron a la escuela pero cuando las tareas del campo y la casa se lo permitía. Aun así durante los años siguientes a la finalización de la guerra, se implantó por decreto gubernamental un subsidio de ayuda para los niños menores de 14 años.
 
     
     
También los que perdieron eran necesarios para empezar desde cero
Si durante la guerra donde dominaba cada bando se aprovechó por igual para saldar cuentas en muchos casos ajenos a la política sino por rencillas personales, al acabar, aparte de abrir la Causa General que ordenó investigar todas aquellas acciones que el bando ganador consideró debían ser castigadas como delito, paralelamente se hicieron "comisiones depuradoras" para investigar a todo el que fuera sospechoso de haber colaborado con el bando republicano o seguir siendo hostil al nuevo régimen. Así hubo colectivos que prácticamente se les investigó de oficio como fue el de maestros y profesores. En el documento adjunto fugura la rehabilitación del maestro de Torrecuadradilla Don Antonio, una persona querida y admirada por mi madre y quien parece que también sentía mucho aprecio hacia ella que entonces, después de la guerra era una adolescente que seguía yendo a aprender a leer y escribir. Parece que este maestro estuvo muy enamorado de una moza del pueblo tía de mi madre, contaba que a veces le daba a ella cartas dirigidas a su tía puesto que la pretendida no facilitaba mucho la comunicación. Una vez le pregunté que por qué su tía no quería a un maestro que estaba enamorado de ella que en principio era un buen partido para una chica que jamás había salido del pueblo y después nunca lo haría y con una risa me contestó que porque ella decía que era muy feo. Quien sepa de quién se trata entenderá aquella risa porque cuesta creer que dada la elección final que hizo para marido tuviera un criterio muy acertado de guapura o algún tipo de interés en un hombre.
     
     
Después de dar todo por los suyos no llegaron a ver el resultado de su esfuerzo
Recuerdo que me decía Severino, primo de mi madre por la rama Hernando, que los que tenemos este apellido somos muy listos, pero que moríamos muy pronto. De lo primero cada uno tendrá su opinión subjetiva, pero lo de la longevidad particularmente en los varones de la familia es un hecho constatado y por desgracia en la mayoría de los casos ha sido así; mi madre creo que no conoció a su abuelo Eugenio, su padre -mi abuelo Vicente- falleció sin ver crecer a sus nietos a los 65 años 12 días antes de nacer yo. Su hermano Cirilo falleció también joven; Victorino cumplió más años pero no llegó a ser octogenario. De la siguiente generación, Mariano, el hermano de mi madre, falleció sobre los 65 su hermano Román creo que tampoco llegó a los 80 y de sus primos Hernando, los hijos de Cirilo, todos excepto Severino fallecieron antes de cumplir los 70. De las mujeres con apellido Hernando de momento mi madre fue la más privilegiada de la familia en cuanto a longevidad muriendo camino de los 95 años y aunque bastante limitada en cuanto a movilidad, hasta el último día se valió por ella misma y tuvo una lucidez mental increíble.
     
No fue menos sacrificada la vida de mi abuela Mamerta que al inicio de la guerra vio cómo su hermana Juana se quedó viuda al ser asesinado su marido por motivos políticos en los primeros días de la rebelión militar dejando a sus tres sobrinos de corta edad huérfanos. Ella estaba por entonces embarazada y con cuatro niños pequeños, meses después tendría que abandonar con su familia su casa y pertenencias para desplazarse a Cuenca como refugiada. Años después vería como su hijo mayor quedaba viudo con dos niños; tampoco pasó inadvertido para ella el calvario que estaba pasando su hija mayor desde el inicio de su matrimonio ni fue ajena a los problemas y enfermedades de sus dos hijos menores. Su trágico final marcó a la familia y mi madre lejos de recibir apoyo por aquel suceso, tendría que soportar durante muchos años que se utilizara para hacerle daño.
     
     
 
 
La decisión que marcó su vida
Petra, Valentina, Máxima, Elvira, Sofía y otras mozas y mozos del pueblo en las eras, Ruidera y camino del Molinillo. Estas fotos pudieron ser hechas en la década de los cincuenta, pocos años antes de casarse, por quien sería su cuñado. A pesar de las tragedias vividas en la infancia y de la dureza de la larga posguerra mi madre había mantenido hasta al menos quince años después como puede verse por las fotos de arriba aquella expresión de alegría y sencillez que siempre tuvo además de un aspecto físico saludable, aspecto que en unos años cambiaría radicalmente.
     
Fue el destino

Tendría unos 13 años cuando allá por el año 1941, siendo su padre alcalde del pueblo, vino una mujer su casa y dirigiéndose a él le preguntó si les dejaba que se quedaran en el pueblo; «no se me olvida aquella risilla que tenía » -decía mi madre cuando lo contaba- a lo que mi abuelo materno les contestó «¡cómo no os voy a dejar si sois del pueblo!». Aquella mujer de la risilla se trajo con ella a su marido y a sus cuatro hijos, uno de ellos dos décadas después sería mi padre. Pero la acogida de la nueva familia en el pueblo no quedó en una simple aceptación como vecinos; mi abuelo paterno había quedado en la calle expulsado del Cuerpo de Carabineros por haber permanecido durante la guerra en el bando republicano como estaba obligado por su destino. Ningún miembro de la familia tenía oficio ni beneficio, aunque su formación estaba por encima de la media porque ellos durante toda la guerra pudieron seguir asistiendo a la enseñanza secundaria o segunda enseñanza como se denominaba entonces, cuando en la mayoría del país no había medios ni para asistir a la escuela obligatoria. El pueblo le ofreció al formalmente cabeza de familia el trabajo de guarda de pastos y pudieron alojarse en la Casa del Reloj donde estuvieron varios años hasta que se fueron construyendo las casas en suelo que también les facilitó el ayuntamiento. La familia se integró con absoluta normalidad entre los vecinos, facilitándolo el buen trato que mi abuelo paterno tenía con la gente y la capacidad empática de su hija Elvira quien dominaba las tareas de costura y le gustaba enseñar al resto de las mujeres que tenían interés en aprenderlas. Mientras los tres hijos varones capitaneados por la madre retomaron la resurrección del antiguo oficio de tejeros.

Por supuesto mi madre no contó nunca nada sobre cómo o cuándo empezó a salir con mi padre, pero a día de hoy atando todos los cabos sueltos podría decir con toda probabilidad de acertar que ella eligió a mi padre como su marido simplemente porque le quería, no así al contrario pues según pude saber precisamente por mi propio padre cuando todavía yo era un adolescente, en uno de sus ataques de ira me soltó todo tipo de descalificaciones cargadas de desprecio hacia mi madre por hechos anteriores a su noviazgo -muchos años después las pude ver escritas de su puño y letra-, llegándome a dar el nombre de un pretendiente anterior para que lo pudiera comprobar. Lógicamente aquello, que detallo en los testimonios, jamás lo pude contar a mi madre o hermanos y me lo tuve que guardar dentro durante toda la vida como seguramente era el objetivo de mi padre al contármelo. Aquello era su forma de actuar: sembrar la duda en sus víctimas generando sentimientos de vergüenza o culpa para volverlas hostiles contra su entorno y a la vez minar su autoestima, de hecho muchos años después hizo algo parecido con su nieta menor: aprovechando una visita que le hizo a la residencia, con siete años de edad que tenía entonces la niña, él aprovechó para desacreditar a su padre, el resultado fue que su nieta no se atrevió a volver a verle y tampoco a contármelo hasta después de morir su abuela, cuando le detallé algunos de los maltratos a los que la sometía. Mi madre supo desde muy temprano que estaba en su naturaleza hacer daño y que moriría sin cambiar, como así ocurrió, pero seguramente que no se imaginaba hasta qué punto llegaría años después.

     
La imagen de un desengaño
     

Cuando su primo Máximo hizo esta foto en el verano de 1964 durante unas vacaciones en las que siempre aprovechaba su viaje desde Alemania para ver a su familia del pueblo, ella era consciente de que se había equivocado y de que ni su marido ni aquella vida era ni mucho menos lo que se había imaginado al casarse. Ahora ya no había vuelta atrás; hacía apenas cinco años que se había casado y ya tenía cuatro hijos y otro de camino, prácticamente a uno por año hasta que la naturaleza en el sexto embarazo hizo colapsar su capacidad para seguir procreando; vivía en una casa inhóspita realmente un chozo de apenas 30 metros cuadrados que era un congelador en invierno y un horno en verano, en mitad de un descampado sin ninguna ayuda para criar a sus hijos, sin nadie con quien socializar, sin las visitas médicas que tenía el pueblo, sin tenderos a quien hacer las compras ni de comida ni de ropa. El capricho de tener a su esposa e hijos fuera de su entorno también la pagaba mi abuelo paterno que tenía que ir a diario con un burro para llevarnos la comida y cosas de primera necesidad.

Si quienes vivimos aquello de niños que hemos llegado a aceptarlo como normal ya de adultos, ahora viéramos por ejemplo a un pastor para evitar desplazarse cuatro kilómetros del pueblo hasta la paridera donde tuviera su ganado construir un refugio al lado para llevarse a su esposa e hijos menores, seguramente no dudaríamos en considerarlo una situación irresponsable, cruel y surrealista propia de una persona desequilibrada, pero para mi padre aquello era su vida ideal: obtenía la validación materna cumpliendo su deseo obsesivo tan misteriosamente habitual en la mayoría de los Sempere de volver a la tierra prometida como si allí se fuera a encontrar el apego que faltaba en casa y a la vez mi padre disfrutaba del entorno idóneo para alguien como él: su esposa estaba a su entera disposición aislada de su entorno familiar y social mientras que la situación de los hijos le resultaba ajena en tanto no le sirvieran para ayudar y tampoco éramos motivo de preocupación para él salvo por la obligación legal cada día más cercana de tener que escolarizarnos.

Por aquellas fechas sus dos hermanos tras una convivencia imposible con él ya se habían liberado del oficio familiar y trasladado a Madrid donde iniciaron una nueva vida y dieron estudios a todos sus hijos; para ellos había quedado atrás la abducción casi mística sentida por aquel lugar que no es otra cosa en realidad más que un áspero hoyo con aspecto de astroblema donde años antes decidieron iniciar el esperpéntico proyecto materno de montar un tejar en mitad de un monte sin acceso por carretera, sin línea eléctrica, sin apenas agua y con una cantera escasa de una arcilla costosa de extraer y difícil de trabajar. Pero mi padre, después del intento fallido con sus hermanos, a pesar de las serias cargas familiares que se le venían encima decidió continuar dedicándose a aquel oficio de tejero y además hacerlo allí donde su madre le señaló con su dedo, en aquella suerte de meca familiar donde 60 años antes tres niñas huérfanas perdieron su infancia como la hubiéramos perdido los cinco hermanos si no hubiera sido por la ineludible obligación de trasladarnos al pueblo para comenzar la escuela.

Mirando esa foto e imaginando en sentido positivo, podría verse en ella un matrimonio todavía joven con cuatro niños sanos y otro en camino, una madre muy trabajadora y absolutamente válida para criarlos y un padre orgulloso por aquellos regalos de Dios, con una preparación sobrada para coger el camión nuevo que se ve en el centro de la foto al fondo y aprovechando la situación favorable de desarrollo en la que se encontraba el país, deseoso de salir a comerse el mundo con él. Sin embargo la situación no era exactamente así: el único orgullo que sentía mi padre era por él mismo y no estaba en sus planes sacrificarse haciendo kilómetros por las carreteras con un camión para llevar dinero a casa ni tampoco dormir una sola noche fuera de su cama. Pronto se deshizo de aquel camión estando prácticamente nuevo y se compró un tractor para empezar a sus 50 años en un nuevo oficio totalmente desconocido para él y que enseguida dejaría que lo desempeñaran sus hijos y su mujer a la que a la vez puso como titular del tejar sin cotizar para jubilación, así él pudo darse de alta en el Régimen Especial Agrario que justificó con las tierras de su mujer aunque al poco tiempo de marcharnos los hijos y dejar de disponer de nuestros ingresos, la cotización la tuvo que acabar pagando con el dinero que heredó su esposa prodecente de su madre y tío. Con ese nuevo estatus tenía garantizado cobrar una pensión a su nombre que años después acabó quitando a su mujer y además no tendría que pasar ni una sola noche fuera de casa.

Lo que se ve en la foto no fue ni mucho menos idílico ni tan siquiera soportable y amargó hasta tal punto a mi madre que muchos años después me di cuenta que cuando veía en mí que revivía aquella estúpida y recurrente atracción hacia Valdesaz ella no mostraba ninguna emoción ni decía nada hasta que un día ante su evidente apatía por el lugar se justificó así «ya se que vosotros estáis deseando de venir aquí, pero a mi parece que no me gusta; como lo pasé tan mal...» Entonces no dijo más y yo lo de pasarlo mal lo asocié con la dureza de criar a cinco hijos allí ella sola sin medios, pero había algo más que tardaría bastantes más años en contármelo y seguramente que el misterio de otros muchos sucesos acaecidos en aquel destierro se lo llevó a la tumba. Aquel hecho que tras muchas reticencias acabó contándome en el año 2017 ocurrió en la casa de la foto en 1960 cuando sólo había nacido su primer hijo y estaba embarazada de la segunda. Por su incredulidad y dureza dejé constancia sonora con su voz de aquel testimonio del que hablo más adelante, pero a día de hoy soy incapaz de volver a repasarlo completo sin que me produzca una mezcla de angustia y grima.

     
 
 
Sesenta años de testimonios

El regalo de boda. Llevaba apenas unos meses casada, todavía no había nacido su primer hijo cuando al acercarse a casa de su suegra se encontró a su marido zarandeándola y tapándole la boca, recordaba mi madre cuando lo narraba incluso el detalle de que su suegra tenía el pañuelo de cabeza descolocado como consecuencia de la resistencia que oponía para que él no le tapara la boca. Cuando pudo hablar la madre no se cortó ni seguramente tuvo en cuenta –o sí– el pánico que infligiría en su flamante nuera cuando en su presencia sentenció ante su hijo: « has sido un mal hijo y un mal hermano y ahora serás un mal marido y un mal padre… » . Recuerdo algo que dijo ella cuando me contó la lamentable escena: « si lo llego a ver antes no me había casado» ; aquello que para mí resultaba de perogrullo no lo era en el contexto en que lo revelaba: resultaba evidente que era motivo suficiente para haber huido de él y no casarse, pero la decisión valiente en aquel momento que lo decía era el contárselo a un hijo de aquel matrimonio. También el padre -mi abuelo paterno-, con mucho más tiento y antes de que no tuviera remedio, quiso hacer llegar a su futura nuera la advertencia de lo que le podía esperar: « La Petra es una chica muy maja, tú que te llevas bien con ella dile que se lo piense, que a lo mejor no sabe dónde se está metiendo… », pero parece que aquel aviso le llegó años después cuando el error ya estaba consumado y sufridos sus primeros efectos. Al poco de estar casados, su suegro de nuevo ante una de las habituales peloteras que le montaba su hijo cuando nos llevaba a Valdesaz los suministros en su borrico, mostró su apoyo a la nuera aunque ya solo podía tener valor simbólico: « Tú no eres mi hijo; la Petra es mi hija y no tú » .

 

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Dada la gran cantidad de testimonios existentes en el documento adjunto tanto presenciales directos como documentales: escritos, gráficos y sonoros así como por su dureza y en algunos casos implicación directa o indirecta de otras personas, sólo se facilitarán por los canales privados que indico más abajo, a sus familiares y amigos que durante todos estos años han sido testigos de las injurias vertidas sobre ella y tengan interés en conocerlos.

Soy consciente que recordar el calvario que sufrió mi madre puede producir más indignación por el daño que puede hacer a la imagen de quienes honraron y apoyaron a su maltratador conociendo perfectamente su condición, que reconocimiento a la memoria de una mujer que lo tuvo que sufrir y además aceptarlo en silencio, pero cada uno debemos ser coherentes con nuestras actuaciones y asumir las consecuencias ante los demás y sobre todo ante nosotros mismos.

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La última semana
     
Tuve la suerte de pasar siete días con mi madre entre los días 24 de febrero y 3 de marzo de 2023, ocho días antes de que falleciera el 11/Mar/23. Pero como a todo el mundo en estos casos, me queda el pesar de no haber estado el último día para despedirme. Ahora no sirve de nada decir lo que podría haber hecho mejor porque lo que decidimos en cada momento es lo que creemos que debemos hacer o simplemente lo que tenía que ocurrir. Lo que sí es cierto que viéndolo ya desde la distancia esa última estancia con mi madre fue un poco distinta, tanto en alguna de las cosas que hice como, sobre todo, en el comportamiento de mi madre que quiso despedirse sin que se notara que se iba a ir.
     
Últimas estampas de su pueblo
 
 
 
 
Esta bonita estampa del pueblo en la mañana del 28/Feb/23 fue la última nevada en el pueblo que mi madre pudo contemplar desde la puerta de su casa
 
 
Mis tres escapadas por el monte
Por distintas razones, de la mayoría de mis salidas por el monte de mi pueblo natal ya sea andando, corriendo o en bici, cada una tiene un recuerdo especial; desde aquella caminata hasta Cifuentes que hice a finales de los 70 para apuntarme en la oficina del paro con la ilusión de encontrar un trabajo o aquella primera carrera de unos 10Km por el alto del Tesón durante las vacaciones en las navidades de 1983 cuando ya me encontraba en la academia militar hasta esa última semana que estuve acompañando a mi madre en la que como siempre aproveché para esa visita habitual a cualquiera de los parajes de los que tantos y tan buenos recuerdos guardo. Ella, al contrario que muchas personas mayores, se sentía más tranquila si seguíamos con nuestras actividades porque así pensaba que no la veríamos como una carga y podría continuar en su casa aunque apenas le quedaran fuerzas para hacer por ella misma sus tareas diarias como las hizo hasta el último instante. Unos de sus miedos era quedarse inmóvil y le daba pánico poder acabar en una residencia, por eso, ante todo estuvo muy agradecida de estar cuidada en su casa y poder ver cada amanecer desde su ventana.
Carrera de 16Km el 26/Feb/23 por las Quemas, Canredondo y Espinosa
Paseo por los Villares, Tesón y Carcamilla de los Arcos el 28/Feb/23. El recorrido fue idéntico al que hice corriendo por primera vez cuarenta años antes.
Caminata por las Quemas, Treinta Caminos y los Altos el 01/Mar/23
     
Su última salida del pueblo
El día 1 de marzo amaneció con un frío que pocas veces se ha dado en el pueblo; mi madre tenía consulta médica a las 8:30 de la mañana en Cifuentes -una hora que parecía pensada para las personas mayores que se desplazan en pleno invierno desde los pueblos-; sirvió de muy poco que tuviera el coche 20 minutos antes de salir con el motor en marcha porque no se quitó ni el hielo del parabrisas. Al subir por la carretera marcaba -12 grados. Estaba justificado que se pasara el viaje refunfuñando por tener que ir al médico; decía que para qué le hacía ir esa mujer si ella no quería. La verdad que ya no estaba en condiciones, paré en la misma puerta del centro y en los pocos metros que tuvo que andar ya no podía con su cuerpo. Al menos el trato de la enfermera conocida por no ser precisamente amable con nadie, fue correcto y la atención de la médico encomiable, pronto se le pasó el cabreo a mi madre cuando toda orgullosa empezó a contarle a la doctora dónde estaban destinadas sus dos nietas médicos.
Temperaruta al subir por el desvio con mi madre camino de Cifuentes
Después aprovechando el viaje pasé la oficina de Ibercaja para que hiciera la autorización para operar online e intentar evitar que los pequeños ahorros que con tanto esfuerzo consiguió cayeran en manos de quien quiso despojarla de todo; al final no pudo evitarse pero estaba justificado ir para que a ella le quedara la esperanza. Le pedí al encargado de la oficina que salieran hasta el coche para que firmara porque no podía moverse y accedió sin poner ninguna objeción.
     
No faltó la regañina
Creo que fue el primer día de esa semana cuando puse garbanzos en remojo por la noche para hacer cocido y ella, como solía hacer, inspeccionó antes la bandeja del preparado y parece que no le convenció, así que cuando quise darme cuenta allí estaba con medio arcón congelador fuera buscando un hueso que decía le daba muy buen sabor al cocido. Cuando vi el panorama de una anciana casi sin valer moverse allí buscando en el congelador a medias de vaciar, con el hielo que hacía en aquella habitación no pude eviar resoplar y cuando lo escuchó como era de prever me mandó a paseo diciendo: «¡Hala hostia, ya se está quejando!». Ella fue así de terca y espontánea hasta el último día; ahora recordar aquella forma brusca pero noble al contestar se me antoja entrañable y pienso que es probable que aquella naturalidad le sirviera de coraza para soportar la vida que tuvo que llevar.
     
Algunos pequeños caprichos
No lo contó nunca abiertamente, pero su vida desde que se casó estuvo unida a las privaciones, desde niño recuerdo que al repartir la comida nunca era ella quien elegía lo mejor, al contrario, por sus hijos renunciaba a lo que hiciera falta y mientras pudo también en el trabajo se quedaba con las tareas más duras para ella. Tanto que ya nunca pudo cambiar esa forma de entender la vida. Aunque era bueno dejarla que todos los días intentara moverse, en los últimos meses cuando me tocó estar a su cuidado le llevaba el desayuno a la mesa porque la tarea de levantarse de la cama y vestirse para la que siempre rechazaba la ayuda la dejaba cansada, pero una y otra vez decía que no hacía falta, aunque hubo una excepción; el último día después de volver de la consulta médica en Cifuentes sí que dijo «hala, pues me lo podías traer». Esa última semana opté también sin preguntar por prepararle todos los días después de comer una pizca de café con leche que sabía que le gustaba pero siempre decía que si no me hacía para mí que no quería; esa semana estaba más receptiva y no los rechazó tampoco se cortó a pesar de que se intentaba controlar la comida en comerse la panceta ibérica que le eché a unas «judías muy buenas que le habían traído la Mari y el Paco». Era como si supiera que ya estaba en tiempo añadido y simplemente quisiera disfrutar de las pequeñas cosas mientras no le tocara irse.
     
Las dos narraciones últimas

En esos días tenía pensado hacer la caminata por las Quemas y los Altos pasando por la paridera de su familia, así que aproveché para preguntarle por la historia sobre quién la construyó y para dejarlo anotado en la ruta de Wikiloc de la paridera de los Altos, como tantos otros relatos estaban llenos de detalles que era imposible memorizar sin tomar nota, en este caso no lo hice y se perdieron detalles como el nombre de la mujer que le echaba mal de ojo al tío Leoncio. Seguro que nunca pudo imaginar cuando de joven acarreaba las piedras junto con su hermana menor que al final se quedaría sin su parte en aquella paridera que tanto apreciaba.

No es esta sin embargo la única narración de sus experiencias que hizo durante esa semana; estaba yo como hacía casi siempre cuando ya anochecía leyendo artículos por internet y ella sin preguntarle nada se puso a contar una historia que enseguida centró en Angelita, una amiga suya de la que en realidad no conocí nunca como nació su amistad. Recuerdo que cuando pusieron los teléfonos públicos hablaban bastante entre ellas y alguna vez contaba historias sobre cuando se encontraron una vez en el baile el día de la fiesta. Pero esa noche había algo distinto en su narración que me hizo dejar de mirar el ordenador y escucharla, pero sin interrumpirla con preguntas porque estaba hablando para ella como si le reconfortara tener un recuerdo de tanto valor personal. Comenzó a describir la vida de su amiga, cómo era de lista, sobre su marido el cual tenía bastante más edad, de su destreza para hacer todo tipo de tareas, pero lo que contaba en aquella narración fue lo que menos me interesaba, lo sorprendente era cómo lo contaba, se le notaba que sentía una admiración especial hacia aquella amiga por encima de todo. Creo que precisamente por ese detalle aquel último relato será uno de los que más recuerde de entre los cientos que me contó a lo largo de su vida . Al contrario de lo que se estaba acostumbrado a ver en casa, ella simplemente admiraba en intentaba aprender de las personas que consideraba con más méritos en lugar de despertarle odio o envidia.

     
La última voluntad con su nieta Adriana
No se olvidó de su nieta Adriana en mi última visita. Se ausentó un rato sin decir nada y cuando apareció llevaba en la mano una cadena que le había regalado su nieta cuando volvimos de Asturias, era una imagen de la Virgen de Covadonga, la Santina y que quería que volviera a Adriana cuando muriera, al igual que el que le regalé muchos años antes de Santiago Apóstol cuando hice el Camino desde el pueblo en el año 97. Era la primera vez que le hacía un regalo personal tan solo tres años depués de una gran pelotera que me montó mi padre por decirle que dejara de insultarla; fue entonces cuando despejé todas las dudas de hasta qué punto estaba sufriendo un verdadero calvario en su propia casa. Era una pequeña joya para que recordara que si alguna vez decidía acabar con aquella situación era una persona que importaba y no le faltaría un apoyo, porque aquel era un problema muy grave pero del que nadie jamás hablaba y por tanto no existía.
 
El recuerdo dedicado a su marido
Llevaba la gata horas desaparecida y con el frío que hacía me extrañó que no estuviera en el salón donde estaba la estufa, así que fui a buscarla y me la encontré en una cama metida debajo del edredón, como me hizo gracia la grabé y cuando se lo conté comenzó a renegar del animal como hacía habitualmente porque también entraba en su habitación y se escondía debajo de su cama cuando entraba ella porque sabía que no podía sacarla. Aquello le sirvió de entrada para explicar por qué no quería dormir con gatos, haciendo una referencia retórica a su marido sin decir su nombre ni el puesto en la familia sino utilizando un término despectivo. Me resultó extraño que se acordara de él sin venir a cuento ya que hacía bastante tiempo que no lo sacaba en la conversación ni le preguntaba por cosas que pudiera recordarlo, pero daba la impresión de que estaba muy segura de lo acertado en su decisión de haber permanecido apartada de su marido cuando pudo hacerlo, hasta tal punto que unos días después volvió a repetirlo cuando mi hermano ya estaba presente para hacerme el relevo. En esta segunda referencia fue un poco más allá y añadió un comentario que daba a entender su gratitud por poder decirlo en ese momento: «¡Ahora lo puedo decir!». Creo que aquellas palabras fueron de las últimas que escuché de ella, porque ya era tarde y como mi hermano había llegado le di dos besos como siempre y me marché.
 
Mi último olvido con ella

La semana me resultó especial porque mi madre dio la impresión de estar en paz con la vida y preparada para irse, pero sin sentimiento de pena ni de amargura sino que predominaba el de agradecimiento. El no haber visto nunca desde pequeño que ella recibiera un abrazo, gesto cariñoso o agradecimiento sino todo lo contrario, puede que influyera en mi subconsciente para no exteriorizar ninguna efusividad durante esos días; aunque a decir verdad tampoco en su costumbre estaba la de dar notoriedad a las emociones de cariño con los suyos y no porque interiormente no lo sintiera sino porque su forma de demostrarlo era simplemente preocuparse y sacrificarse por los demás. Pero ni lo uno ni lo otro serían excusas para no haberlo hecho en primer lugar porque por suerte en la familia de mi mujer lo veo habitualmente y tanto ella como mi hija lo llevan en su ADN, además, independientemente de lo que nos hayan enseñado, todos tenemos la oportunidad de ver, elegir y cambiar. Lamentablemente tuve este olvido que recordaré siempre y es que después de sus evidentes mensajes de despedida no dedicara un minuto entero a darle un fuerte abrazo y decirle una última palabra por todo lo que sufrió: ¡¡Gracias!!

 
   
 
 
 

En memoria de la persona que entendió la vida como una oportunidad para darlo

todo por los suyos y supo sobreponerse a muchos sufrimientos