He visto muchos entornos más verdes, escarpados e impresionantes y por supuesto también más áridos y desagradables, pero en el caso de este monte, el de mi pueblo natal, tiene una atracción que no podría decir si condicionada seguramente porque que hace ya casi 63 años las primeras imágenes, sonidos y olores fueran las de los colores de primavera en Valdesaz donde me llevaron a los pocos días de nacer como al resto de mis hermanos biológicos, el sonido del viento en los pinos, el de las palomas y perdices o el olor a cantueso y manzanilla. Sin embargo no sería cierto si dijera que el vínculo tan estrecho con este entorno se debe solamente a aquellos primeros estímulos del mundo exterior cuando por razones obvias eran los únicos (positivos) que podíamos tener porque durante la primera infancia estuvimos prácticamente aislados del contacto con el resto de niños y de otros grupos sociales.
No sería hasta unos años después, en la etapa media de la niñez y la adolescencia temprana, cuando empiezas a tener consciencia de lo peligroso y en consecuencia por instinto buscas una protección imposible de encontrar en tu entorno familiar: ahí estaba el monte. Es algo que vas asociando por sensaciones; por entonces la salida al campo casi siempre era por trabajo: hacer gavillas de leña, recoger garbanzos, ir de ojeo de perdices para los cazadores; más tarde de adolescente labrar, segar, descorchar pinos, cargar camiones, hacer a jornal trabajos de albañil, fontanero o electricista, recoger patatas, cortar leña, etc. Pronto me di cuenta que independientemente de las horas dedicadas, la dureza de las tareas o el cansancio acumulado, cuando las realizaba en el monte sin ser supervisado, el resultado era que a medida que pasaban las horas me iba sintiendo bien, encontraba una paz que había sido perturbada un día sí y otro también cuando tenía simplemente que estar junto a mi progenitor; entonces por cómodo que pudiera ser el trabajo acababa haciéndose insoportable porque no había día que no descargara su agresividad en forma de gritos, insultos, desprecios o amenazas ya fuera contra mí, contra alguno de sus otros hijos o hijas y siempre con total seguridad sobre su esposa -nuestra madre- estuviera o no presente. No me resultó muy difícil disociar donde se ubicaba el origen de la toxicidad y donde se podía encontrar la protección, la paz y la autoestima; por entonces casi cualquier paraje del pueblo, cuanto menos frecuentado mejor, se convertía en mi zona segura y a día de hoy lo sigo asociando con paz, equilibrio y acogimiento.
Lógicamente, a contrario sensu, la casa familiar representaba y representará siempre para mí todo lo contrario , fueron varias veces, no recuerdo cuántas, que de niño y adolescente salí de ella por la noche para dormir fuera o dar paseos por el monte hasta altas horas de la madrugada porque cuando mi padre cada dos por tres montaba una pelotera aquello se convertía en un infierno, perdía el control y le salía su verdadera personalidad totalmente contraria a la que mostraba en la calle, entraba en una especie de trance, amenazaba con movimientos espasmódicos de todo el cuerpo y tenía un tic (o TOC) al apoderársele totalmente la histeria por el que los ojos se le iban hacia arriba hasta darse la vuelta los globos oculares quedándosen en blanco y en ese estado comenzaba a soltar a placer todo tipo de insultos a cual más hiriente; como un ritual religioso empezaba casi siempre maldiciendo al pueblo de sus hijos, su mujer y también de su madre y acababa cebándose con su preferido que era degradar a todos los hernandos , entre los que por supuesto no nos excluía a sus hijos e hijas. Con esa habilidad de invertir el relato que tienen en común todos los que sufren esos tipos de trastornos describía a los que llevamos la sangre materna con adjetivos que casualmente definían perfectamente su personalidad: locos, degenerados y monstruos.
Sin embargo, puede que porque la mente tiende a arrinconar algunos de los traumas vividos, no puedo decir que recuerde que nos pegara después de la infancia, sí antes y solía hacerlo con una correa y también me quedan imágenes inconexas porque entonces era muy niño de algunas agresiones físicas hacia nuestra madre. Pero resulta que durante el intento de reparto al recordarlo y definirlo en dos palabras lo que era para mí, su más incondicional defensora, como en un intento de darle una explicación psicológica a mi carencia de todo aprecio hacia quien ella consideraba una verdadera figura paterna me comentó algo que no recuerdo lo más mínimo y es que al parecer, en una de sus broncas creo que por la noche, quiso tirarme por las escaleras y yo me escapé fuera de aquella casa. La verdad que no he podido recordar nada de aquel episodio como seguramente ella tampoco recordará lo que contaba su madre viviendo ya sola en el pueblo: cómo en una de las peloteras se ensañó con ella pegándole una soberana paliza (el motivo no me lo contó pero él tampoco lo necesitaba) y tuvo que advertirle la madre que se preparara como le pasara algo a la hija porque en aquel momento tenía la regla.
Quien crea que estas vivencias pueden llegar a ser pasado, sólo puede deberse al desconocimiento o, lo que es peor, que también las haya conocido y no se atreva a asumir que le afectarán hasta la muerte y le será muy difícil convivir normalmente con ellas si niega su existencia, las oculta o se acaba montando y creyendo una realidad paralela para no enfrentarse a aquella realidad . En mi caso y creo que en los del resto han sido tantas los episodios sombríos que se habrían necesitado los 20 años que estuvo sola la principal víctima en el escenario donde ocurrieron para desinfectarla hablando abiertamente de ello y dándole un apoyo incondicional, pero no solo se impuso el silencio entre sus cuatro paredes y se convirtió en un santuario de su agresor rehabilitándolo ante su víctima y haciéndole tragar con una cruel equidistancia ante su propia familia de origen a ante sus descendientes.
Allí en aquella casa murió sola aquella anciana enferma con casi 95 años de edad, en una madrugada de sábado, con cinco hijos ninguno de ellos con nada que hacer al día siguiente, sabiendo todos de su empeoramiento y debiendo recibir curas y tratamiento por una infección cutánea y otra pulmonar en uno de los inviernos más fríos que se recuerdan en el pueblo...