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Caldera de combustión del horno de cocer tejas y ladrillos en el Tejar de Valdesaz (Torrecuadradilla). Foto de 2007

 
 

En Torrecuadradilla, a 30 de enero de 2022

Relato de Arturo Benito Hernando Sempere , tataranieto del primer Sempere llegado de Onil.

 
     
     
 

 

Agradecimientos

A mi prima Mari porque desde hace muchos años ha sentido un especial interés por conocer los origenes y vivencias de su familia materna y por el cariño y atenciones que prestó siempre a su tía olvidada por casi todos; sus relatos sobre el apellido Sempere transmitidos a ella por su madre han sido el eslabón imprescindible para unir lo ocurrido hace más de un siglo con la actualidad, sin esa información no habría tenido practicamente nada para encajar las ambiguas referencias a mi bisabuelo Pepe el tío tejero, ni habría podido recuperar la memoria de nuestra tía Leandra.

A las personas con las que he contactado por las redes que se han ofrecido a compartir sus conocimientos tanto de la historia del norte de Huesca en relación con el Cuerpo de Carabineros como en Onil sobre los castellers, en este sentido destacar la predisposición de un apasionado de la historia de Onil, D. José Ramón Juan Albero para colaborar desde su pueblo natal en la investigación del origen de mis antepasados levantinos.

Agradecer también a los que ya no están que en su día me contaran desinteresadamente lo que ellos vivieron como niños o adultos, entre ellos merece especial mención mi primo, como el me trataba en la única carta que pude intercambiar con él allá por el 2005, David Barbas Pardillo, ya no sólo por el valor de aquellas historias sino porque con ello aprendí que quienes enseñan lo que saben y cuentan lo que han vivido nunca se mueren del todo.

Finalmente a mi madre porque gracias a su prodigiosa memoria he conocido detalles para ella sin ninguna trascendencia que sin embargo han dado sentido a algunos acontecimientos que me sonaban vagamente y también he sabido de otros episodios que no conocía pero que confirman lo que ya sabía: que a lo largo de toda su vida ha sido un ejemplo de superación ante las adversidades sin renunciar nunca a seguir adelante.

 

 
     
 

Introducción

 
     
 

Fue por el año 2000, hace ya más de dos décadas cuando decidí recopilar datos sobre las vicisitudes de mi abuelo paterno, el motivo entonces no era otro que el interés por saber qué pudo haber pasado durante la guerra con él y su familia y en especial sobre la razón para trasladarla con el país en ruinas una vez acabada desde el Alto Aragón donde sus hijos nacieron, vivieron toda su infancia y su juventud para acabar en el pueblo que dejaron voluntariamente un cuarto de siglo antes, un lugar más austero y que ninguno de sus hijos conocía, donde no tenían un techo que les cobijase ni un solar para construirlo, sólo alguna propiedad testimonial de valor ínfimo y con todos sus familiares fallecidos desde hacía tiempo.

Siempre me resultó extraño que mientras que mi madre recordaba a menudo con detalles y cierta emoción sus vivencias durante la guerra civil siendo una niña de 9 a 12 años, tanto las acontecidas en su pueblo natal como en la Alberca de Záncara (Cuenca) donde fueron evacuadas muchas de las familias del pueblo al encontrarse inmerso en el frente de combate, mi padre con una edad cuando la vivió de 14 a 17 años nunca comentó nada del lugar donde la pasaron -Benasque- ni habló de lo acontecido a pesar de que en aquella zona también del bando republicano pero de la retaguardia, sin enfrentamientos con enemigos armados, fue muy intensa y sangrienta la beligerancia en particular contra los propios vecinos a los que se les considerasen afines al bando contrario o que sin serlo no seguían los dictados de quienes detentaron la autoridad al margen del gobierno oficial, como detallaré en la segunda parte de este relato aportando documentos que atestiguan los crímenes cometidos por parte de milicianos y sindicalistas en aquella tierra durante la guerra.

Antes incluso del fallecimiento de mi padre en el año 2019, el último que quedaba de los cuatro hermanos que vivieron aquellos episodios, se había esfumado toda esperanza de conocer de primera mano algún día lo que les pudo motivar para mudarse desde una de las comarcas más bonitas del país y en cierta forma también próspera, a una tierra donde dedicarían años a intentar resucitar un oficio desconocido para ellos, los hijos, y ya olvidado para su madre, la única de su familia que lo trabajó para después formar sus respectivas familias, una de ellas la mía. Lo que ahora me ha servido como motivación para retomar esta tarea de documentar si no ya lo que ocurrió, sí al menos una de las causas de los silencios, ha sido precisamente la pista que me dejo mi padre desde que era niño cuando le escuchaba una y otra vez lamentarse por haber sido traído por su madre al pueblo donde nacimos y crecimos todos sus hijos, algo lógicamente difícil de asimilar cuando eres niño y sólo justificable cuando eres padre en un grave problema adaptativo, a lo que se ha sumado mucho después, sobre 2012, el turbio descuartizamiento de la finca del antiguo tejar de Valdesaz, principal vínculo que por entonces les unía al pueblo que les acogió tras la guerra e icono centenario de la familia de los Sempere de Onil. Al parecer los cambios en la titularidad de la finca común de todos los tejeros durante el proceso de concentración parcelaria parece achacable a un personaje ajeno a la familia que sin ser ni haber sido nunca agricultor ni haber vivido prácticamente en el pueblo, manejó con total libertad los reemplazos de las fincas y aprovechó para saldar alguna cuenta pendiente con el último de los nietos de Pepe el tío Tejero que trabajó en ella, al que se le habia asignado en principio.

En realidad, al final esta no será sólo la historia de mis antepasados Sempere ni del tejar que marcó los primeros años de mi infancia sino la visión personal que tengo de todo lo que lo ha rodeado como uno de los que lo llegaron a trabajar primero y después a sufrirlo en mayor o menor medida a lo largo de mi vida. Se puede decir que más que la historia de una familia y descripción de un oficio es un relato del origen y vivencias de mis antecesores y posteriormente de mi vida en relación con el pueblo, por lo que tiene su consecuente carga subjetiva, pero descrito con datos verificables y basado en testimonios y conclusiones que después de casi 60 años de vida han acabado revelándome también a mí una parte de la verdad de lo narrado con algunas sorpresas agradables y otras que no lo son tanto y que de haberlas sabido me habrían obligado a dar las gracias y pedir perdón a algunas personas por haber ayudado a mi familia cuando siempre había creído más bien lo contrario. Esta memoria toca muchos aspectos de naturaleza muy distinta como el origen del oficio, penurias vividas por mis familiares, contextos históricos, decisiones que marcaron el rumbo de las vidas propias y ajenas, etc. acotándola temporalmente en el periodo comprendido entre el origen del oficio familiar en el pueblo a finales del Siglo XIX hasta la actualidad.

En la primera parte que publico en mi página personal de las tres en que divido esta memoria, hablaré sobre el origen del apellido Sempere y de su tradicional oficio de tejero que introdujeron en el pueblo, también haré un recorrido por la dramática vida de mi tía abuela Leandra por el interés que encierra para conocer la idiosincrasia del apellido Sempere y finalmente relataré los avatares de mi abuelo paterno. En una segunda parte que situaré cronológicamente durante la guerra civil y los primeros años después de su finalización, se toca el tema de cómo pudo afectar aquella contienda a la infancia de mi padre y de mi madre, cómo después de aquella catástrofe un pueblo saqueado –mi pueblo natal– acogió con total hospitalidad a una familia que de repente tuvo que empezar desde cero como en realidad ocurrió a la mayoría de las familias del país, siguiendo con un relato superficial de cómo encajaba aquel oficio del tejar en su época y su contexto social y familiar. Para finalizar esa segunda publicación expondré las causas conocidas sobre el abandono del oficio por dos de los tres hermanos nietos de su fundador y el posterior impacto que tuvo en nuestras infancias –las de los cinco hermanos bisnietos del tío Tejero– intentar por parte de mi padre darle continuidad a partir de mediados de los años 60 hasta finales de los 70 recayendo una parte esencial del trabajo para la que antes se contaba con media docena de hombres adultos más, en 5 niños y niñas en edad escolar, nuestra madre y nuestro abuelo octogenario.

En la segunda parte también hablaré del paraje al que toda mi vida me he sentido muy vinculado por unos recuerdos de mi corta infancia que en realidad eran una percepción paradisíaca lógica de aquella edad que nada tienen que ver con lo que de verdad fue. Gracias a este relato he podido conocer algunos de los episodios vividos en aquel lugar desde mi bisabuelo hasta sus nietos además de mi madre quién paradójicamente sin ser Sempere fue oficialmente la última titular de la actividad de fabricación de tejas por los motivos que contaré y puede decirse sin lugar a dudas que, en general para nada fue una vida fácil ni tampoco demasiado feliz para la mayoría. Un paraje apacible pero con una forma de vida donde las carencias no sólo eran materiales sino afectivas, educativas y de socialización básica, lo que pudo contribuir a admitir como normales costumbres más instintivas que racionales propias de una situación de necesidad y que traspasaron generaciones. Con el troceado de la finca y su reparto definitivo adjudicándolos entre los bisnietos y bisnietas de su fundador exceptuando precisamente a los únicos que fuimos tejeros ahora puede decirse que dividida representa mejor lo que fue la trayectoria de la familia de tejeros desde que muriera su fundador hace ya más de un siglo.

En la última parte a publicar comenzaré exponiendo los recuerdos de mi infancia siempre ligados o condicionados por el último tejar, el final de la escolarización obligatoria y con ello –como en el caso de mis hermanos– la dedicación a tiempo completo durante mi pubertad y parte de mi juventud a otras tareas más rentables ajenas al tejar para salir de la precaria situación económica en que se encontraba la familia y afrontar las reformas más urgentes de la infravivienda familiar enlazándolo con las penalidades pasadas hasta poder escaparme del pueblo en busca de cualquier otro medio de vida que, sin haber estado para nada en mis planes, para bien o para mal (seguramente para bien) acabó siendo el Ejército básicamente porque por entonces el servicio militar era inexcusable y, en mi caso, al llegar el día de mi licencia a mis 20 años recién cumplidos era la única forma que conocía para subsistir con las necesidades básicas cubiertas y con suerte poder aprender una profesión para un joven que 18 meses antes salió del pueblo con 3.000 pesetas en el bolsillo, sin ningún estudio, ni experiencia laboral útil, ni carnet de conducir ni un techo desde donde poder buscar o realizar otro trabajo.

Intentando siempre ponderar el equilibrio entre aquel contundente pensamiento clásico que ojalá hubiera tenido más en cuenta en otras ocasiones, de que el hombre (y la mujer, claro…) es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios y aquella recomendación que hiciera un sabio prefecto de utilizar la luz del sol como el mejor de los desinfectantes, intentaré describir algunas de mis vivencias y conclusiones –ni mucho menos son todas– para ello he seleccionado lo que creo más útil para transmitir a las personas de mi entorno cercano, a pesar de que los asuntos de índole más personal los refleje solamente en la parte final privada, una suerte de catarsis que titulo como "Lecciones aprendidas" para dárselos a conocer al menos a mi hija cuando sea mayor para que si los considera de interés le ayuden a no cometer las mismas equivocaciones que yo y entienda lo importante que es conocer tus raices y a identificar y desconfiar de quienes te apartan de ellas o las desprecian en cualquiera de sus ámbitos: familia, pueblo, nación, costumbres, historia, lengua o cualquier otro signo de identidad y saber que la gratitud a la tierra donde has nacido y crecido y sobre todo a las gentes -familiares o no- que han ayudado a tu familia o simplemente han contribuido a tu socialización primaria, forja una capacidad empática de la que carece quien reniega de ellas o se ha criado en ese ambiente.

La razón de hacerlo ahora es porque considero que es este es un tiempo de la vida en que hay que evitar cargas innecesarias y pasar página pero sin arrancar la hoja, porque pasar una página de la propia historia tan plagada de misterios en un silencio tan elocuente sin echarle antes una mirada retrospectiva sería tan inconsciente como coser una herida sin verla antes, sabiendo que no podemos modificar el pasado ni resolver nada del futuro, tratando simplemente de permanecer en el presente de forma tranquila y con la claridad suficiente para afrontar lo que queda por venir. Es un buen momento para reconocer los errores cometidos a pesar de ser consciente de que en algunos casos ya es tarde para repararlos entre otras razones porque algunas personas que les afectaron ya no están, pero servirá al menos como dique de contención para que en la medida de lo posible no se sigan propagando a las generaciones venideras.

A pesar de ello creo que siempre se puede sacar algo positivo de cualquier vivencia por negativa que pueda parecer y esto sirve también para quienes sin haberlas tenido las lleguen a conocer por personas cercanas sobre todo cuando el hecho de mantenerlas ocultas suponga una losa para quienes las han sufrido. En este caso pienso que con que una sola de las que me importan lo lea, comprenda y libremente saque sus conclusiones, habrá merecido la pena el tiempo dedicado porque para que la conductas aprendidas mejoren hay que identificar las actitudes que han resultado tóxicas y separarlas de las que han sido ejemplares para pasar solo estas como testigo, puesto que cuando algo nocivo no se reprueba es porque se acepta aunque sea mediante el silencio y con el tiempo pasa a ser normal para finalmente ser respetado y tomado como referente de actuación.

 

 
     
 

Sempere: apellido de artesanos, artistas y tejeros

 
 

 

 

Fachada del Museo de Arte Contemporáneo de Alicante en reconocimiento al escultor colivenco Eusebio Sempere. En primer plano mi hija, una descendiente de aquel lejano tronco familiar común. Foto de febrero de 2019.

 

Cuadernos sobre tejares desaparecidos
Durante muchas generaciones hasta mediados del siglo XX, era habitual que en los pueblos de Castilla aprovechando la época estival del año, única en la que la ausencia de hielo y lluvias permitía trabajar el barro, sus vecinos contrataran a personal de otras regiones generalmente del Levante peninsular donde existía una arraigada tradición alfarera y cerámica de manera que pudieran atender la demanda local de tejas para las viviendas y objetos de alfarería para uso doméstico. Para comprender aquella tradición y situar el tejar de Torrecuadradilla en su verdadero contexto histórico recomiendo la lectura íntegra del trabajo realizado por el investigador etnográfico Juan Castillo Ojugas en el que bajo el título “Algunos tejares desaparecidos de Guadalajara” publicado en la Biblioteca Virtual de Castilla-La Mancha , hace un recorrido por la historia de los tejares de la provincia incluyendo este tejar familiar aunque con numerosas imprecisiones en esta parte.

Entrada la segunda mitad del siglo XIX, una de estas familias de temporeros, los castellers , como eran denominados en su tierra natal, procedente de la población alicantina de Onil se afincó con carácter permanente en Masegoso de Tajuña; el padre de esta familia, Juan Antonio Sempere Hernández, pertenecía a un linaje en aquella población alicantina de artesanos polifacéticos dedicados desde varias generaciones a actividades tan variopintas como la cerámica, alfarería y la fabricación de muñecas de cartón o elaboración de calzado entre otras. Era esta úl

Horno de Arillares. Foto de 2004

tima actividad con la que aquella familia se ganaba la vida en este pueblo de la rivera del Tajuña durante la época del año no dedicada a trabajar en los tejares de la comarca. Precisamente para vender zapatillas es para lo que José Antonio Sempere, uno de sus dos hijos, pisaría por primera vez Torrecuadradilla y según contaba la menor de sus hijas no se le debió dar muy bien aquella primera visita porque después decía que si se perdía que no le buscasen allí. Durante la época estival trabajaban por los tejares relativamente cercanos como lo estaba el de Arillares del que todavía se conservan las bóvedas de la cámara de combustión del horno para cocer las tejas.

Este paraje dependía administrativamente al entonces municipio de El Val de San García pero sus tierras eran propiedad de los vecinos de Torrecuadradilla pueblo donde a José Antonio se le conocería como Pepe el Tejero siendo habitual la relación con los vecinos de estas dos poblaciones. Al principio parece que Pepe se jactaba de que nunca se casaría con una mujer de Torrecuadradilla pero como por entonces ya morían los peces por la boca, acabó casándose con María de la Expectación López, vecina de este pueblo, su hermana Juana vivía en El Val de San García y su hermano Dionisio en Torrecuadradilla que era el padre de la tía Bibiana y el tío Juan de los que me queda algún recuerdo de niño como que tenían la casa al lado de la de mi tío-abuelo Victorino. Tanto el apellido López de mi bisabuela como el Sempere de mi bisabuelo, han ido quedando relegados en el orden genealógico, sin embargo en la línea descedente de Dionisio son numerosos quienes lo llevan todavía en el pueblo como primer o segundo apellido. En el caso de Juana se perdió pues ninguno de sus dos hijos dejó descendencia, Rufino uno de ellos, que era el dulero de Torrecuadradilla, primo de mi abuela Micaela, fue asesinado de un tiro con una escopeta y arrojado al Tajuña en un lugar poco accesible conocido como el Pozo Cantal por el hermano de su pretendida -una joven de Torrecuadrada- que no aceptaba aquella relación. Por la premeditación con la que se llevó a cabo aquel crimen y las casualidades de la vida que hicieron que mi madre muchos años años después llegara a coincidir con su asesino en el hospital de Guadalajara una vez cumplida su pena, esta historia mereceria contarla con más detalle pero se saldría del objeto de esta memoria, no obstante decir al respecto que es un buen ejemplo para entender que no se debe prejuzgar a nadie por lo que pudieran haber cometido sus antecesores como en este caso sería hacerlo con los descendientes de aquel individuo que viven en el pueblo y seguramente ni saben nada de este suceso.

Del matrimonio de María y Pepe nacieron tres hijas: Micaela, Leandra y Luisa, dicho de otro modo, no tuvo hijos varones, así que las esperanzas para la continuidad de su oficio quedarían condicionadas a que llegado el día los yernos o nietos varones tomaran el relevo, algo que como se verá más adelante nunca ocurrió.

Escrituras de compraventa de los montes en 1904

Ya siendo vecino de Torrecuadradilla, a finales del siglo XIX Pepe construyó el Tejar de Valdesaz, paraje que conocía por haber trabajado también antes en otro tejar cercano de Canredondo. Esta finca sin embargo, al igual que los pinares y la mayor parte de los montes actuales del pueblo (años antes los vecinos habían comprado Arillares y El Llano), seguía perteneciendo a los Duques de Medinaceli, sus dueños ancestrales, teniendo en consecuencia un interés directo en la operación de compra venta de estos montes que llevarían a cabo 40 vecinos del pueblo en el año 1904, su padre Juan Antonio Sempere –mi tatarabuelo­– también estaba incluido entre ellos como lo estuvieron otros de mis bisabuelos y tatarabuelos por vía materna.

Mi bisabuela murió en 1898 al nacer Luisa la tercera de sus hijas por complicaciones durante el parto que tuvo lugar en Valdesaz, es decir en un descampado lejos del pueblo por lo que María probablemente no dispuso de una asistencia adecuada. La segunda de ellas Leandra, tenía una pequeña disfunción en una de las manos que no le impedía valerse por sí misma ni le condicionaba prácticamente para hacer sus labores con la misma soltura que las demás. En aquella situación la mayor Micaela al crecer fue la que

asumió el papel que hubiera correspondido a la madre. Micaela desde muy joven era una mujer con mucho genio, un carácter nada parecido al de su padre con un trato más afable, así que con el paso del tiempo sería ella quien tomase las decisiones más importantes que resultarían determinantes para el futuro de sus hermanas, hasta el punto que puede que alguna de aquellas decisiones , a pesar o a causa de su temperamento, condicionase otras tomadas muchos años después a día de hoy dificiles de entender.

Cuadro de texto:    Micaela Sempere López
Micaela Sempere López
Acta de matrimonio de mis abuelos paternos
Antes de 1911 Micaela ya conocía Félix Benito Barbas, un joven nacido en Renales, vecino de Torrecuadrada de los Valles y que pastoreaba con ovejas por los alrededores del Tejar de Valdesaz, pero al parecer con quien mantenía un vínculo sentimental era con otro joven vecino, un resinero que se alojaba en la casa de Arillares y cuya unión se vio fustrada tras haber caido en desgracia después de acusarle de algunos robos acaecidos por las inmediaciones donde él se movía. En aquellas fechas Félix fue llamado a filas y enviado a las campañas de África durante su servicio militar que se prolongó casi 4 años, estando en las zonas marroquíes de Alcazarquivir como soldado y Larache con el empleo de cabo. Sin haber sido licenciado, probablemente guiado por el instinto de supervivencia que siempre tuvo y apoyado por su familia materna, entre los cuales había varios guardias civiles y seguramente en previsión de que aquello acabaría en una carnicería como así ocurrió, en el año 1915 solicitó su ingreso en el Cuerpo de Carabineros , integrado en la Guardia Civil desde 1940, siendo destinado desde África al pirineo oscense como carabinero y ese mismo año tras un largo noviazgo forzosamente epistolar, realizó los trámites para casarse con Micaela, celebrándose el matrimonio el 7 de febrero de 1916 en Torrecuadradilla. La mudanza a Huesca de la que sería mi abuela para vivir con su marido implicaba dejar definitivamente el pueblo, pues todos los destinos a los que podría acceder como carabinero quedaban en los puntos más apartados de la geografía española, a efectos prácticos suponía dejar en una situación vulnerable a su familia paterna quedando en el pueblo solamente el padre que al parecer venía vaticinando que viviría pocos años como así ocurrió y sus dos hermanas menores para atender la casa y el tejar.

Luisa Sempere López
Partida de nacimiento de Luisa
Luisa, como sus hermanas, realizaba su vida habitual en el paraje de Valdesaz y su universo se limitaba a su pueblo de Torrecuadradilla. Sin llegar a conocer a su madre y criada desde bebé por su padre y hermanas, tuvo que trabajar en el tejar y en las labores del campo y de la casa desde muy pequeña junto a ellos, empeorando su situación a la edad de 16 años cuando su hermana mayor se casó y se fue a Huesca. Aquellos últimos años debieron ser muy duros para mi bisabuelo Pepe y sus dos hijas Leandra y Luisa teniendo en cuenta que a las penurias propias de aquel oficio en su delicada situación familiar, se le sumaron otras ligadas a aquel contexto histórico como lo fue que hasta 1917 sufrieron los efectos de la Gran Guerra como la crisis y revueltas generalizadas a pesar de que oficialmente nuestro país estaba al margen. Después, sin acabar aquella guerra y precisamente por ella, vinieron los estragos causados en 1918 y 1919 por la gripe española , una pandemia más mortífera que el actual COVID19 que sembró de muertes todos los pueblos. Poco después, cómo él mismo lo avisaba, sobre 1920 fallecía mi bisabuelo con apenas 50 años cumplidos y con él se rompió la continuidad en aquel oficio artesanal que varias décadas antes trajo desde el levante alicantino aquel castellero de Onil.

Teja escrita por Luisa
Tras el fallecimiento del padre, Micaela cuando ya había nacido la primera de sus cuatro hijos volvería a su pueblo natal para llevarse con ella a su hermana Leandra de 24 años dejando sola a la hermana menor Luisa en el pueblo, no sin antes reprobarle el encontrársela llorando en estado de desesperación por la muerte del padre. En aquella situación en que quedó Luisa, se vio obligada a buscarse el sustento por su cuenta hasta que por medio de una familiar con la que consiguió contactar por carta pudo irse a Madrid a la edad de 22 años. Nunca se supo la razón por la que su hermana mayor decidió llevarse a Leandra dejándola a ella sola en una situación de absoluta precariedad sin ningún medio para poder subsistir, pero si los primeros 22 años de Luisa fueron duros, no serían más fáciles los que vendrían después en los que se vería privada de toda iniciativa y de recursos para llevar una vida normal hasta el punto de no disponer de capacidad ni medios para poder volver a ver a su hermana Leandra hasta transcurridos 50 años ya practicamente siendo ancianas.

Para no desviarme del objeto de este relato, no se hará referencia a las penurias pasadas por mi tía Luisa, salvo hacer constar que, aunque no pudo apenas visitarla ni ayudarla más de lo que lo hizo, ella fue al principio la única ventana hacia el mundo para su hermana Leandra desde su asilo, siempre sintió un fuerte vínculo emocional hacia ella puede que porque entre otras muchas razones a pesar de no ser la mayor y de llevarse apenas dos años, fuera esa hermana en quien identificara la figura materna que no tuvo, porque Leandra probablemente por su querencia al sacrificio e instinto de protección hacia su hermana pequeña llegaba incluso a culparse cuando por algo que había hecho la menor de las tres, la mayor de ellas la regañaba. A mi tía Luisa la vi en persona en contadas ocasiones y la recuerdo como una persona sencilla, bajita y cariñosa en el trato, algo que contrastaba con el recuerdo que guardo de su hermana Micaela -mi abuela- cuyo parecido acababa en la estatura: casi siempre estaba enfadada, era muy desconfiada y renegaba de todo y todos. Al parecer mi tía Luisa no guardaba muy buenos recuerdos del pueblo probablemente porque al padre se le tenía allí como por un poco raro o tonto debido a su forma particular de vida sobreviviendo en un descampado con tres hijas huérfanas, sin embargo mi tía no dejó nunca de sentirse estrechamente ligada a Valdesaz donde nació, creció y le tocaría “cerrar la puerta” en el año 20; en ese paraje donde vio por primera vez la luz, casi un siglo después serían llevadas sus cenizas. Pero habiéndolo sentido siempre como una parte de su vida no dispuso de capacidad para poder pisarlo de nuevo hasta que muchos años después de irse a Madrid sus hijas pudieron llevarla, para entonces, sus derechos sobre algunas posesiones comunes de las tres hermanas se entendían decaídos en favor de su hermana mayor aunque a ella no siempre se le pidió su conformidad.

Mi tía-abuela ya en Madrid tuvo a sus dos hijas: Carmen y María, siendo ésta la que mayor interés de toda la familia Sempere mostró siempre por aquel origen del apellido familiar en el pueblo levantino de Onil por lo que pudo saber que tanto el escultor de fama internacional y Premio Príncipe de Asturias, Eusebio Sempere Juan (Onil, 03/ABR/1923 – Onil, 10/ABR/1985) como el empresario fundador de la Fábrica de Muñecas de Onil S.A. (FAMOSA), Ramón Sempere Quilis (Onil, 21/ENE1913 – Onil, 26/MAY/2004) procedían de la misma rama familiar que nuestro apellido Sempere. De hecho María, a primeros de los 80 viajó a Onil y poco después con la información obtenida llegó a tener una entrevista personal con el artista Esusebio Sempere en su domicilio de la calle Sagasta en Madrid quien le confirmó su descendencia de la misma familia.

Según puede leerse por la red y se deduce de sus publicaciones y biografía, otro Sempere destacado -se desconoce si del mismo origen familiar- es Emili Sempere Ferràndiz, nacido el 17/SEP/1941 en Cocetaina, comarca de Onil y actualmente afincado en Barcelona; es uno de los ceramólogos más conocidos en España, sus padres poseían un tejar industrial por los años 50. De su libro “Historiografía de la cerámica española” puede extraerse información básica para comprender la evolución de las técnicas de producción y la influencia en toda España de la actividad de la cerámica en Levante.

Transcurrido casi siglo y medio y a la vista de cómo les ha ido a cada una de las ramificaciones de este apellido de artesanos y tejeros, no se puede decir que la trayectoria del temporero que decidió quedarse en la Alcarria fuera la más exitosa, pero en la vida la cosas que pasan son las que tienen que ocurrir y en tanto no funcione la máquina del tiempo no podrá saberse lo que habría pasado en caso de haber tomado otros caminos. En cualquier caso nuestra propia existencia se la debemos a decisiones tomadas o sufridas por nuestros antecesores/as unas veces acertadas otras no tanto e incluso el origen de la vida puede ser consecuencia de un acto inesperado, reprobable o contrario a la voluntad de quien la trae. Tampoco debemos olvidar que por muy influenciadas que estén por otra persona, de nuestras acciones u omisiones y de las consecuencias que tengan para nosotros mismos o para terceros, no podemos culpar a nadie porque los únicos responsables somos quienes las tomamos; de igual forma, nos guste o no, también serán comentadas, censuradas, aprobadas o ignoradas por nuestros descendientes y por las personas a las que afecten. Con estas premisas lo que sí puedo afirmar desde la perspectiva de un descendiente de la cuarta generación que sufrió la continuidad del oficio medio siglo después de su extinción natural, es que aquella tradición acabó en 1920 con la muerte de Pepe el tío Tejero, todo lo que vino después intentando recuperar aquel estilo de vida ha sido algo muy distinto probablemente motivado por la necesidad de supervivencia, improvisación, fijaciones o fantasmas del pasado, pero no por el conocimiento del oficio, por una vocación sentida hacia él y menos porque fuera una alternativa tomada reflexivamente con la vista puesta en el futuro.
 
 
     
 

 
 
Mi árbol genealógico hasta 4º nivel ascendente
 
 
     
     
 

Leandra Sempere, la eterna ausente

 
     
 

Leandra Sempere López, su sobrina Carmen y una monja.
Cuando decidí hacer esta memoria no tenía pensado escribir nada sobre mi tía Leandra, porque en realidad su existencia para mí pasó absolutamente desapercibida, pero una vez conocido el testimonio directo de mi prima Mari, enlazándolo con el recuerdo de las escuetas referencias hacia ella que escuché desde niño y también reinterpretando los silencios elocuentes que se producían al mencionar su nombre, he descubierto que la historia de mi tía ha sido probablemente lo más impactante y esclarecedor de lo que he podido saber de mi familia paterna. Desde niño, durante muchos años escuché multitud de veces por boca de mi abuela y de mi padre el nombre de la mediana de las tres hijas tejeras pero curiosamente nunca se hablaba de ella, era solamente una referencia a su nombre de manera aséptica o circunstancial cuando se comentaba otra cosa. Eso hizo que entonces me formara una idea ambigua sobre su persona que en algunos aspectos ha perdurado hasta ahora cuando he descubierto algunos de los sucesos que más me han sorprendido durante la elaboración de este relato. Siempre pensé que mi tía Leandra era una religiosa medio inválida cuya vocación la apartó de la familia para irse lejos con las monjas para vivir su espiritualidad. Tampoco tuve nunca muy claro nunca si estaba viva o muerta porque siempre se la nombraba en pasado y aunque no escuché decir que había muerto tampoco oí que siguiera viva, aunque en realidad lo estaría hasta muchos años después cuando yo tenía casi 20 años de edad.

Pero resulta que mi tía nunca fue religiosa, no tenía tal invalidez porque era sólo una limitación en la movilidad de una de las manos que no le impedía hacer cualquier tarea. Era una mujer trabajadora y con una bondad que rayaba la ingenuidad; tras ser llevada por su hermana Micaela en 1920 al morir su padre desde Torrecuadradilla a los Pirineos de Huesca, la ayudó a criar a sus 4 hijos, como si hubiera sido su madre, desde que nacieron hasta que dejaron de requerir una atención permanente, realizando tareas que exigían cierta habilidad como cortarles el pelo, lo que resultaría difícilmente compatible con una limitación en sus capacidades. Al parecer, la justificación que se dio en su día para el internamiento de Leandra en un asilo fue que al no poder tratar su deficiencia física y estar sometidos a traslados por cambios de destino, se vieron obligados a ello. Pero vista la hoja de servicios de mi abuelo, no consta ningún traslado salvo el ocurrido antes de que estuviera ella entre los años 1918 y 1919 por destino a Mallorca, después, en el año 1924 causó baja en Huesca por pase a la Comandancia de Madrid, pero un mes después permanecía de nuevo en Huesca sin haber efectuado el trasladado. Es decir que sobre 1928, cuando fue ingresada en el asilo con 32 años de edad, el único hito conocido dentro de las circunstancias que se pudieron dar en la familia es que todos los niños cumplían por ese año la edad escolar.

Lo que sí se puede afirmar a día de hoy sin ningún género de dudas es que su ingreso en aquel asilo en la plenitud de su vida no fue una iniciativa suya y que jamás llegó a acostumbrarse a él. Sin embargo es lógico que con los conceptos y valores actuales nos preguntemos que por qué una persona libre y válida decidió o accedió a renunciar a su libertad a cambio de ser tutelada entre las cuatro paredes de una institución religiosa dedicada a la caridad para quienes no tenían a nadie ni medio de vida propio. Para encontrar una respuesta creíble basta contextualizar el momento histórico y sus circunstancias personales; Leandra desde niña se crio en el paraje de Valdesaz, su mundo exterior acababa en el pueblo de Torrecuadradilla y desde los primeros años de su vida sin apenas haber conocido a su madre –murió cuando ella tenía dos años– se dedicó como lo hicieron sus dos hermanas a ayudar a su padre en el duro trabajo del tejar y las tareas de la casa. Su carácter se forjó en aquel bonito y en apariencia apacible entorno natural pero que en realidad era un precario medio de supervivencia con las necesidades vitales cubiertas con mucho esfuerzo y con la ayuda que incluso en comida le daban algunos vecinos, careciendo de elementos tan imprescindibles para un desarrollo integral como la sociabilidad con personas ajenas a su ya truncado núcleo familiar y sobre todo de una mínima preparación para situarse en el mundo y relacionarse con él mediante al menos la capacidad de leer y escribir, algo que nadie le enseñaría a lo largo de su vida. Su forma de ser era un poco infeliz como se llamaba en el pueblo a las personas faltas de toda picardía siendo a veces objeto de chanzas o incluso bulos como atribuirle una estrecha amistad con un sintecho que vivía en el pueblo al que le llamaban el pobre de la Leandra, lo cual por otra parte era algo común que ocurre en cualquier grupo social con quien es distinto ya sea por un defecto físico, un origen geográfico o por una predisposición consciente o no para no integrarse con el resto, como también le había ocurrido en cierta forma a su padre -mi bisabuelo- quien además parecía hacer gala de ello. Es decir con una personalidad poco preparada para luchar, a sus 32 años se vio completamente sola en una tierra extraña y hostil teniendo en cuenta el atraso, los conflictos y la crisis general que se vivía en el todo el país. Por entonces, en aquella España profunda y rural una mujer soltera a su edad no encajaba en el patrón de la esposa con la que formar una familia, siendo analfabeta no tenía posibilidades reales de encontrar un trabajo, no disponía de solvencia para garantizarse un cobijo por su cuenta ni tan siquiera para intentar volver al pueblo donde ya no le quedaba familia ni nada porque sus escasas tierras se las había cedido a su hermana mayor a cambio de acogerla en su familia, puede que ya por entonces tampoco le quedase en el pueblo lo que fue su mayor patrimonio: su honra y el cariño entre la mayoría de los vecinos porque hasta muchos años después se rumoreaba que su hermana llegó a desconfiar de ella por sus supuestas pretensiones respecto a su marido y por si este bulo fuera poco hiriente también se decía que la razón de ingresarla en un asilo fue porque a los niños les producía rechazo tenerla en casa.

Tampoco intentar ir con su hermana Luisa a Madrid era una opción porque además de la dificultad de viajar sin saber leer ni escribir y sin tener dinero, Luisa no disponía de autonomía ni capacidad para tomar decisión alguna. Digamos que Leandra era como un cordero ciego en medio de una selva con muy pocas probabilidades de sobrevivir y el asilo supuso en aquel momento su salvación, pero sin embargo su motivación a partir de entonces para vivir sería la esperanza de poder salir de él algún día, dejando muy claro muchos años después cuál era su adaptación al encierro, cuando ya mayor le aconsejó a su sobrina María en una de sus últimas visitas: “Mari, nunca lleves a tu madre a un asilo.” .

De todo lo que he podido conocer sobre ella durante los últimos meses, una de las cosas que me más me ha llamado la atención porque casualmente había leído sobre el tema años antes, ha sido que mi tía Leandra según contaba a su hermana, fuera víctima colateral de la persecución religiosa en Barbastro previa y paralela a la guerra civil . Parece que a los pocos años de su encierro pudo darse cuenta que allí, en el asilo que lleva el nombre del fundador de la Orden, casualmente un religioso nacido en Sigüenza: “ Hogar Padre Saturnino López Novoa Hermanitas Ancianos Desamparados Barbastro ”, tampoco se encontraría a salvo.

Supongo que por las leyes naturales de la acción y reacción y porque al fin y al cabo la Iglesia dueña secular de las voluntades y los sindicatos incipientes en aquella zona, para afianzar su poder necesitaban competir por un mismo hábitat de explotación, pobreza e ignorancia, la hostilidad hacia el clero por parte de la extrema izquierda en el norte de Huesca fue una seña de identidad desde al menos la proclamación de la II República hasta el final de la guerra, pasando a ser un acoso sistemático en los meses previos a su estallido y después una sucesión de crímenes sin control. Una vez comenzado el enfrentamiento abierto en el verano de 1936, a los pocos días Barbastro que se encontraba relativamente lejos de los frentes de combate, fue tomado por milicianos llegados de otras regiones, en su mayoría de Cataluña, que enseguida bajo las siglas de la CNT-FAI y de la UGT impusieron su orden al margen de las fuerzas regulares incluyendo el Cuerpo de Carabineros que prácticamente se vieron obligados a doblegarse ante ellos por ser los únicos que detentaban la autoridad del gobierno republicano. Después de los primeros asesinatos de religiosos entre los que había algunas monjas de las que llevaban el asilo donde estaba mi tía Leandra, tuvieron que esconderse y muchos de los internos fueron acogidos fuera por sus familiares o particulares. Mi tía fue una de las pocas internas que al no ser acogida por ningún familiar permaneció en él y en previsión de los saqueos generalizados que se estaban produciendo se encargó por su iniciativa de esconder los objetos de más valor de su capilla, muchos de los cuales fueron recuperados al finalizar la guerra. Esto parece que le sirvió para ganarse el aprecio de las monjas a su regreso, pero lamentablemente aquel aprecio no se reflejó en sus condiciones de vida ya que muchos años después, cuando su sobrina María pudo empezar a visitarla, no disponía más que de un camastro dentro de un dormitorio común que así llamaban a una nave diáfana con decenas de camas alineadas sin ningún espacio íntimo ni un armario o cajón para guardar sus enseres. Tampoco aquel reconocimiento a su valor parece que mereció recompensarla enseñándola a leer y escribir, porque las cartas por las que se comunicaba con su hermana Luisa, se las escribían y leían algunas de las monjas o compañeras.

Efectivamente la persecución y el crimen contra religiosos durante la II República y la Guerra Civil, descontando el componente propagandistico que pudo tener durante la guerra y posteriormente en el régimen franquista, es un hecho incuestionable y ampliamente documentado que, entre otros muchos, resumió escuetamente Salvador de Madariaga, un intelectual y ministro republicano nada sospechoso de ser afín al bando nacional, exiliado hasta después de la muerte de Franco: « Nadie que tenga buena fe y buena información puede negar los horrores de aquella persecución: durante años, bastó únicamente el hecho de ser católico para merecer la pena de muerte, infligida a menudo en las formas más atroces » . En esa definición encaja lo ocurrido en Barbastro y toda su diócesis en general incluyendo Benasque donde se encontraban mis abuelos con sus cuatro hijos. Desgraciadamente los crímenes cometidos en el bando oficialista –siendo de los más destacados los del norte de Huesca– no tenían nada que envidiar a los más atroces cometidos en el bando sublevado. Así se puede comprobar, entre muchos otros documentos, por el libro “ Un adolescente en la retaguardia ” escrito por Plácido Mª Gil Imirizaldu un testigo directo seminarista con 15 años recién cumplidos por el verano de 1936 cuando le hicieron prisionero en el Monasterio del Pueyo donde fueron asesinados 51 religiosos, muchos de ellos jóvenes seminaristas con poco más de 20 años que después sería llevado al cine con el título “ Un Dios prohibido ”. De lo narrado por Gil Imirizaldu, destacar la crueldad y el odio que mostraban los milicianos hacia los religiosos y cómo los mataban a veces incluso por diversión. La lectura del libro llega a producir una sensación nauseabunda y en mi caso de estupefacción al recordar que era precisamente aquella letra del Himno de Riego en su versión anticlerical “ Si los curas y frailes supieran la paliza que van a llevar… ” que aprendí de niño mientras ayudaba a cargar tierra en Valdesaz la que enardecía a las milicias durante sus cacerías de curas y monjas.

Otra anécdota que me llamó mucho la atención es la descripción que hace de una joven todavía menor de edad que al parecer encandilaba a las milicias por su fanatismo y odio a la Iglesia; la llamaban “La Soli” por asociación con el periódico editado en Barcelona que repartía al que se conocía como “Soli”, -Solidaridad Obrera- el catecismo de los anarquistas de la CNT-FAI que en aquella zona durante la guerra controlaban a quienes asesinaban, saqueaban o encerraban a todo el que consideraban enemigo de su causa entre los que hubo también personas de izquierdas que no les resultaban de confianza. Dice el autor sobre aquella joven que tenía más o menos su edad (15 años) y que era la primera chica natural de Barbastro con mono caqui de tirantes y que llevaba pistola, de la que se contaba que a veces solía dar el tiro de gracia a las víctimas. Consta en el Juzgado Militar de Zaragoza que esta adolescente estuvo presente en alguna “saca” y que el día 22 de septiembre de 1936 también en el cementerio donde se ejecutaron 26 víctimas y que le pidió la pistola el jefe de los sicarios anarquistas que se conocía como M.A.C. para disparar contra una de las hermanas (monjas) ejecutadas. Para encajar la personalidad de aquella joven, habría que tener en cuenta que su propio padre solía asistir a las ejecuciones, entre ellas la del obispo a quien desnudó y pidió a M.A.C. que le diera los pantalones. Por lo que parece esta chica huyó de España al final de la guerra, no volvió nunca a Barbastro y vivió en el sur de Francia hasta que fue anciana, dicen que arrepentida por lo que pudo hacer muy influenciada por el ambiente y reconvertida en una buena cristiana .

Un Dios prohibido. Película basada en el testimonio de un seminarista que vivió la persecución a religiosos y saqueos generalizados. Ambientada en Barbastro, tiene un especial significado para los familiares de Leandra y mucho más para los que somos descendientes de los Sempere que nacieron, crecieron en Huesca y que estuvieron por allí en la guerra civil.

La razón de extenderme para describir a algunos de los asesinos y detallar sus crímenes cometidos en Barbastro y concretamente contra algunas de las monjas del asilo que acogió a mi tía, es para poder hacerse una idea del arrojo o de la ignorancia que tendría Leandra cuando decidió esconder los objetos de valor a pesar del terror y la desesperación que pudo sentir al verse sola sin ningún familiar cercano al que recurrir o que se pudiera interesarse por ella, salvo su hermana Micaela, su cuñado o sus sobrinos que vivieron la guerra en Benasque, a unos 90Km y controlado por las mismas milicias, pero no me consta que hubiese algún contacto entre ellos durante la guerra aunque probablemente sí después porque recuerdo vagamente que hace muchos años, en una de las referencias que se hacía de mi tía, mi padre contaba que cuando mi abuelo tras tener que pasar precipitadamente la frontera hacia Francia al final de la guerra donde estuvo algunos meses en un campo de concentración como les ocurrió a muchos otros españoles llegados de la zona republicana, tuvieron que recurrir a ella para que testificara favorablemente con el fin de poder volver a España desde el campo de concentración francés de Le Barcarès.

Un libro de misa, su única propiedad que Leandra guardaba bajo el colchón.
Sin embargo después sería su hermana Luisa la que en todo momento desde que pudo contactar con ella se preocuparía de mandarle algún regalo, comida, zapatillas, etc. en la medida que se lo permitía su economía. También sus hijas, precisamente las sobrinas que no habían nacido todavía cuando ingresó, serían quienes la visitarían con mayor asiduidad. Cuenta María que en su primera visita le resultó desolador el aspecto de la zona de vida de su tía; una nave desnuda donde había colocadas unas cien camas alineadas sin ninguna separación visual ni un solo espacio para sus enseres y que le impactó ver que sus únicas propiedades, entre ellas algunas de las cosas que le mandaba su madre, las guardaba bajo su colchón. Allí guardaba también como un auténtico tesoro un libro de misa roído por el uso, marcadas las hojas a lápiz con su apellido, cosido y recosido como si aquello fuera su tabla de salvación, la única esperanza para mantener la ilusión de que algún día, como llegó a contar a sus compañeras internas, su sobrina se la llevaría a Madrid. Pero aquel día nunca llegaría y ahí dejó como única herencia y testigo de su existencia su libro, escrito en latín y español con la macabra circunstancia de que ninguna de las dos lenguas le servía para saber lo que decía porque nunca aprendió a leer. Puede que haya quedado para que el resto de los familiares tengamos la oportunidad de tenerlo en nuestras manos, mirarlo y poder reflexionar sobre el sufrimiento que se puede causar simplemente no haciendo ni diciendo nada.

Carta de Leandra a su hermana Luisa fechada el 22/FEB/1949 después de 21 años de encierro..
Curiosamente aunque nunca se contó nada de su vida, parece que tampoco dejó de estar presente entre la familia de su hermana Micaela, incluso mi padre propuso a su hermano mayor cuando los dos estaban ya casados y no habíamos nacido todos los hijos, el sacarla del asilo, pero aquello no fue más allá de una declaración de intenciones porque nunca volvería a verla en vida y tampoco me consta que le escribiese cartas. En realidad, de sus sobrinos de Huesca sólo volvería a ver muchos años después al mayor que la visitó en varias ocasiones y transcurridos unos 40 años desde que ingresó también vio a su hermana Micaela cuando pudieron juntarse durante una visita las tres hermanas por primera y única vez. Pero ella nunca olvidó a sus niños y en cada una de las cartas a su hermana Luisa redactadas al paso de los lustros con distintas letras dependiendo de la compañera o monja que se la escribiera, preguntaba por sus sobrinos. Así, con el único aliciente de la esperanza para salir de allí, al final de sus días pocos meses antes de su fallecimiento en 1982, a pesar de sus desvaríos durante los que creía tener un marido que la quería mucho y le hacía regalos, no dejaba de preguntar por su hermana Luisa fallecida unos meses antes pero que no llegó a saberlo porque su sobrina le contó que no iba porque estaba enferma.

Ha sido también hace unos meses cuando al ubicar la fecha de su fallecimiento, no he podido evitar asociarlo a que desde unos cuantos años antes sus sobrinos-nietos ya disponíamos de medios para haber ido a conocer a quien sin duda hubiéramos considerado nuestra tercera abuela; una oportunidad única para que desde nuestra juventud hubiéramos recibido una lección magistral de gratitud que a buen seguro nos habría servido para el resto de nuestra vida. También he sabido que a su entierro sólo asistieron tres personas y todas venidas de fuera: mi tío y su prima Marí que dispusieron el viaje y mi padre que iba por primera vez y quien al parecer se trajo la sencilla cruz de cartón del ataúd sobre el que no se necesitó poner esos mensajes que los vivos dejamos sobre las tumbas de nuestros muertos para que los lean otros vivos, porque en realidad allí donde descansaban sus restos mi tía pasó tan inadvertida en vida para su entorno como para la mayoría de sus sobrinos-nietos que ni tan siquiera sabíamos de su existencia.

Aprovechando mi reciente visita turística a la comarca de Somontano y Ordesa – Monte Perdido el pasado septiembre de 2021, pasé por el asilo donde estuvo encerrada 50 años por ver si vivía una de las monjas que la cuidó en sus últimos años y que por lo visto era de las más jóvenes por aquel año 82 y ya no quedaba ninguna. Tampoco en el cementerio civil de Barbastro queda rastro de su nombre puesto que los cuerpos de los internos no reclamados eran metidos en nichos comunes sin identificar que se iban reutilizando a los pocos años. Sin embargo su existencia no ha sido en vano; recuperado el testimonio de su destierro, utilización, abandono y muerte en el olvido por una parte de su propia sangre, también ha quedado el honroso antecedente de que por otra parte: su hermana Luisa, sus hijas y alguno de los sobrinos a los que cuidó, recibió continuamente muestras de un cariño desinteresado puesto que ella ya no tenía nada con qué pagar. Con su historia han quedado atados muchos cabos sueltos que parecían imposible de desenredar entre ese sombrío silencio que ha rodeado siempre al traslado de la familia desde Benasque a un pueblo donde salvo la hermana mayor, precisamente la que se fue voluntariamente de él, ninguna de las que se vieron obligadas a marcharse pudo volver salvo muchos años después en contadas visitas esporádicas la menor de ellas..

 

 
     
 

Mi único abuelo, un abuelo único.

 
     
 
Félix Benito Barbas con uniforme de carabinero.

Aunque mi abuelo Félix nunca tuvo nada que ver con el oficio de tejero, la historia del tejar y la de los Sempere de Torrecuadradilla no se entendería sin él pues sus vicisitudes personales resultaron determinantes en el final de la tradición tejera de los Sempere de Onil en 1920 y también en el intento de resurrección del oficio en 1941 para sus hijos los Sempere que ya no eran de Onil ni tampoco de Torrecuadradilla porque nacieron y crecieron en la provincia de Huesca donde tenía el destino. Su familia materna era de Torrecuadrada de los Valles dedicados al ganado y a la agricultura, pero también tenía varios familiares de “los Barbas” que eran o habían sido guardias civiles. Su madre, Francisca Barbas enviudó siendo joven, teniendo un hijo llamado Francisco con aquel matrimonio y se volvió a casar en segundas nupcias con Pedro Benito con quien tuvo dos hijos: Félix (mi abuelo) e Ignacio. Del linaje de mi bisabuelo Pedro sólo he sabido hace relativamente pocos años y gracias a terceros que pertenecía a una familia de Cifuentes apodada los polleros de la que se cuentan a partes iguales episodios de luces y sombras, siendo esta la única referencia del apellido Benito de la que dispongo ya que nunca escuché a mi padre o a mi abuelo hablar de él. Mi bisabuela Francisca pareció marcada por la desdicha en sus dos matrimonios porque si su primer marido con el que tuvo un hijo (Francisco) falleció pronto, el segundo -Pedro Benito- no fue precisamente un modelo de marido ni padre y acabaría abandonando la familia siendo todavía niños los dos suyos (Félix e Ignacio), muriendo unos años después sólo y en la indigencia; posteriormente mi bisabuela todavía tendría que sufrir el fallecimiento de su hijo Ignacio precisamente cuando junto con su hermano Félix había solicitado su ingreso en el entonces Real Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras .

Parador de Bielsa, epicentro de la comarca donde tuvo sus destinos y por donde probablemente tuvo que pasar a Francia al final de la guerra.
Recuerdo que cuando tenía 12 años, días antes de morir nos llamó a sus nietos a modo de despedida y nos dijo que él había estado muchos años de pastor con las ovejas de niño y joven, que como no había ido a la escuela había aprendido a leer y a escribir por su cuenta siendo pastor y que por Las Dehesillas podríamos ver alguna losa escrita por él. Puede que aquello fuera la causa por la que antes de que yo tuviera que ir a la escuela se preocupara de enseñarme los primeros pasos para leer y escribir. También pudo ser lo que le motivó allá por el año 1915 para que, en previsión de que formaría una familia, cuando todavía no había cumplido los 25 años decidiera ganarse la vida en una tierra lejana a la suya, tierra impresionante pero hostil más aún para alguien que la desconoce, haciendo servicios de controles de fronteras por los años veinte en unas zonas de los Pirineos (Canfranc, Benasque, Cerler…) comarcas que aún ahora viéndolas por ocio desde las estaciones de esquí, o haciendo rutas no puedes evitar imaginar cómo sería por entonces peinar aquellas inmensas montañas transitándolas a pie con las inclemencias del tiempo; todo para que con un salario tan limitado como correspondía a su categoría de número sus cuatro hijos crecieran con sus necesidades básicas cubiertas sin pasar demasiadas penurias y acabaran en 1940 con un nivel de formación muy superior a la media de la juventud coetánea de aquel país
Escalafonamiento en 1936 y resumen de destinos
tan atrasado y desangrándose con una guerra civil, formación que no pudo ver para sus nietos 40 años después cuando ya octogenario y a costa de renunciar al descanso tan necesario en una persona de su edad, acudía al tejar para ayudar en unas tareas que resultaban tan duras para él como para unos niños y niñas que a partir de los 8 años ya trabajábamos sin parar durante largas horas, pasando el juego a ser para nosotros una actividad casi furtiva y el asistir a la escuela un alivio a pesar de que éramos conscientes que también aquel tiempo del colegio teníamos que aprovecharlo porque después en casa no nos sobraría. Es muy probable que en más de una ocasión la infancia de sus cinco nietos del pueblo revivieran en él el recuerdo de lo que había sido la suya y que no quiso contar a los suyos; puede que pensara que sus sacrificios habían servido de poco puesto que aquello era de nuevo el punto de partida pero ya no le quedaba tiempo ni podía hacer nada para evitarlo.

Me llamaba la atención su afición por la lectura y escritura; leía libros y sobre todo periódicos que le llevaba su hijo mayor cuando le visitaba desde Madrid, recuerdo que uno de sus periódicos habituales era el diario “Ya” que leía y releía aunque fueran atrasados sentado en el poyo de la puerta de su casa y no porque fuera su prensa favorita sino porque no tenía dónde elegir.

También le recuerdo escuchando por las noches Radio España Independiente, La Pirenaica , por aquella radio de válvulas marca Telefunken, porque mi abuelo más que de izquierdas era un hombre crítico con el franquismo, pero sin fobias políticas, respetuoso con quienes pensaban de otra manera porque había sabido separar sus ideas de su profesión. Ante todo fue una persona equilibrada, tolerante y teniendo en cuenta su contexto muy ilustrada. Aunque en el fondo fuera su esposa quien tomara por su cuenta todas las decisiones importantes y ejerciera la patria potestad sobre sus hijos, él nunca renunció a sus principios y menos a sus obligaciones como padre ni hasta el final de sus días escatimaría el tiempo dedicado a sus nietos. Un detalle que confirma su integridad es que en plena guerra civil, siendo carabinero y en consecuencia un agente de la autoridad, llamó la atención a uno de sus hijos ya mayor obligándole a ir a pedir perdón a un cura al que previamente había faltado al respeto. Un hecho así debidamente contextualizado entrañaba el riesgo de que su autor pudiera ser señalado e incluso represaliado por los todopoderosos sindicatos que incitaban a la persecución del clero sabedores de que ellos obviando al gobierno oficial detentaban la dirección de la enseñanza, la justicia, el orden público e incluso la acción militar en la guerra. En la segunda parte de esta memoria se incluye un boletín de la FETE/UGT quienes controlaban a los profesores que adoctrinaban a los adolescentes en los centros de segunda enseñanza donde entonces, en Benasque concretamente, estudiaban sus hijos a los que pedían "aval político" para matricularse. Como prueba del adoctrinamiento extremista que se inoculaba a la juventud llama la atención la normalidad con la que se plasmaba por escrito en sus publicaciones oficiales las propuestas de purgas a profesores no afines a los ideales revolucionarios más duras que las que se practicaban en la Rusia estalinista por considerarlas demasiado benévolas para aplicarlas en España.

Baja en el Cuerpo de Carabineros
Nunca se le relacionó en actividad política alguna ni durante sus servicios con la monarquía de Alfonso XIII ni durante la República ni en la Guerra Civil que le tocó hasta el final en zona republicana. Jamás le escuché ningún lamento o reproche hacia el pueblo que le acogió a su vuelta ni culpar al régimen de Franco por el malogrado final de su profesión una vez acabada la guerra, y no le faltaban razones para hacerlo, porque debido a que en todo momento cumplió con su deber de permanecer a las órdenes del entonces gobierno formalmente legal, al perder la guerra fue extinguido el Cuerpo de Carabineros e integrado en la Guardia Civil aunque él quedaría unos meses después en la calle junto con su familia de cuatro hijos, motivando así su “licenciamiento”: «como resultado de la información gubernativa que le fue instruida como procedente de la que fue zona enemiga y por resultar perjudicial para el Cuerpo su permanencia en él, causa baja en el mismo en fin del mes de septiembre sin opción a nuevo ingreso» , según reza su expediente de licencia de separación del servicio sancionado el 28 de septiembre de 1940 por el entonces Director General de la Guardia Civil. Sin embargo, hace ya bastantes años, al recabar información sobre el Cuerpo de Carabineros en los archivos de historia del Ministerio de Defensa y en una asociación de ex carabineros que había en la calle Montera, 14 de Madrid, pude saber que el licenciamiento no fue sistemático con todo el mundo y que lo ocurrido con los que prestaron sus servicios en la zona de Barbastro pudo tener relación con la pasividad que algunos mandos de aquel cuerpo adoptaron ante las arbitrariedades cometidas por parte de algunos de los cabecillas sindicalistas que manejaban a las bandas de milicianos llegados en su mayoría de fuera contra los religiosos y burgueses por el simple hecho de serlo y contra todos los sospechosos de apoyar la rebelión de 1936. Incluso existen testimonios de que en el registro previo a la ejecución de los primeros religiosos, dos carabineros tivieron que acompañar a unos 60 hombres armados que tenían rodeado un edificio de misioneros donde hicieron presos a los primeros que serían asesinados. Esto encajaría con el comentario que una vez le escuché cuando con tristeza recordaba que durante la guerra civil dependían de lo que decían los comisarios –años después pude saber a qué se refería–, los cuales por acción u omisión del gobierno republicano actuaban fuera de su control.

Pase a retiro en 1980, publicado 6 años después de su muerte
Por lo mucho que le gustada leer, estoy seguro que siempre fue consciente del desafortunado e injusto paralelismo de su trayectoria profesional con la del personaje histórico por quien se le expulsó: siendo dos años mayor que él, su participación en las guerras de África coincidió entre 1912 y 1914 con la del que sería años más tarde generalísimo ; mi abuelo fue arrancado de los montes de su pueblo donde se dedicaba a cuidar ovejas y llevado forzoso como individuo de tropa a aquella guerra en una tierra en la que no se le había perdido nada; aquello más que una guerra patriótica fue un intento de saqueo bendecido por un monarca que estaba en otros quehaceres más placenteros, gestionado por una lista de políticos mediocres que se relevaban en el cargo cada pocos meses, auspiciado por la burguesía nacionalista en busca de beneficios comerciales para sus regiones mucho más ricas y alimentada con sangre de los campesinos más pobres como mi abuelo que además ya era huérfano, porque los pudientes, muchos de ellos beneficiarios de las ventajas comerciales que supondría si se conseguía la explotación de sus recursos en los protectorados del norte de África, pagaban una cuota al Estado para que sus hijos se libraran de ir. Mientras, Franco procedente de una familia acomodada, fue voluntario a África aquel mismo año como oficial militar de carrera conocedor de que aquello sería determinante en su proyección profesional. Ambos fueron condecorados con la Cruz al Mérito Militar con Distintivo Rojo al ser heridos en acciones de combate, mientras que a Franco eso le ayudó para llegar a ser a sus 33 años el general más joven de Europa –no en vano es considerado como uno de los militares africanistas que más se benefició de aquel conflicto–, a mi abuelo no se le tendría en cuenta para no expulsarle después de casi 30 años de uniforme y pringar en dos guerras. Para rematar su desdicha, al morir el 27/10/1974, por un solo año no pudo ver la noticia de la muerte de Franco ocurrida el 20/11/1975 ni tampoco cinco años después el reconocimiento obtenido ya en democracia de su retiro por edad en el empleo de guardia civil segundo con derechos económicos para su viuda –de los que tampoco pudo beneficiarse por fallecer mientras se resolvió–, aprobado por Orden Ministerial de 3 de diciembre de 1980 firmada por el Ministro de Defensa Rodríguez Sahagún, publicada 40 años después de su expulsión del Cuerpo.

Pero la pérdida de su profesión en 1940 tras la guerra por estar en el bando derrotado no sería el mayor revés de su vida. Todavía le quedaba por sufrir la peor desgracia que puede tener un padre: cuando llevaba la familia unos años instalada en el pueblo de su esposa al que decidió ella volver siendo ya prácticamente adultos todos sus hijos, estando recién casada murió la mayor de sus cuatro hijos, su única hija, la niña de sus ojos; una mujer generosa, trabajadora y querida por todas las personas con las que trataba; la hija que heredó el carácter de él y que se fue sin poder dejarle un nieto. Sin embargo aquella dura prueba de sufrimiento añadida a todo lo que arrastraba no le impidió seguir manteniendo su actitud siempre amable por fuera y su fortaleza de hierro por dentro.

Tuvo la mala suerte incluso de no llegar a saber que precisamente poco después de su muerte sus nietos del pueblo empezamos a dejar de trabajar en aquel oficio en el que él probablemente nunca confió, aunque la razón fuera que comenzábamos a hacer todo tipo de tareas que aportaban más dinero que el tejar, continuando así hasta que cada uno nos fuimos buscando la vida fuera del pueblo como él lo hiciera 60 años antes. Por otra parte tampoco tuvo que presenciar cómo sus nietos cavamos su fosa en el cementerio porque con el criterio de niño que con 12 años era al fin y al cabo, me disgustó que acabase para siempre entre aquellos huesos y zapatos de otros cadáveres.

Casi medio siglo después, al repasar su vida y reordenados muchos de los recuerdos que me quedan de él, no cabe duda de que su biografía encaja en el perfil de un auténtico perdedor, pero un perdedor que, a pesar de ser seguramente consciente de ello, no dejó de dar todo lo que pudo a los suyos hasta el último día a cambio de nada o a veces de reproches; a pesar de sus limitaciones económicas la dedicación con sus nietos prestándonos su tiempo contando fábulas, cantando o haciéndonos reír, traspasó el papel que le hubiera correspondido como un simple abuelo, consciente de nuestra situación supo cubrir las carencias de sus nietos, él sabía hacer que cada uno de nosotros se sintiera el niño más importante del mundo, por eso y puede que porque mi abuelo materno falleció unos días antes de mi nacimiento, el abuelo Félix siempre fue una persona entrañable y única.

Carta de David Barbas Pardillo
Así fue considerado en vida por muchas de las personas que trataban con él y en especial su familia ya lejana de Torrecuadrada "los Barbas" tanto Bienvenido como David ambos guardias civiles destinados en Valencia quienes no dejaban pasar una oportunidad cada vez que venían de vacaciones a su pueblo para pasar por el pueblo vecino para ver a su primo. Bienvenido era hijo de Francisco "el Francisquillo" también guardia civil, hermano de mi abuelo Félix por parte de madre, mi bisabuela Francisca. Debió ser su hermando Francisco que por entonces ya era guardia civil quien le animó a entrar en el Cuerpo de Carabineros como lo hizo con su hermano Ignacio. A día de hoy sólo se puede concluir que los únicos antecesores de mi abuelo a lo largo de su vida fueron los Barbas, así consta en su hoja de servicios que cuando volvía de permiso lo hacía a Trillo donde estaba destinado su hermano Francisco, ya que de los Benito cifontinos sólo pudo contar con la aportación biológica de su padre que lo fue también de su hermano Ignacio en segundas nupcias. Ha sido precisamente a partir del año 2000 cuando empecé a documentarme sobre mi familia paterna y gracias en especial a la información aportada por David, que además de tener este apellido común por via paterna y materna procedente de Torrecuadrada en ambas son muchos los antecedentes de familiares que pertenecieron a la Guardia Civil. En la vía materna, descendientes de este apellido están mi tío-abuelo Máximo Rodrigo Igualador Barbas y dos primos de mi madre. Se puede decir que el pertenecer a la Guardia Civil, Cuerpo de Carabineros o Ejército se ha convertido practicamente en una tradición dentro de la familia: por parte de mi tío-abuelo Francisco lo fue él, sus hijos, sus nietos y sus bisnietos entre ellos un comandante del Cuerpo de Sanidad como me contaba con orgullo en su carta mi primo David; por la parte de mi abuelo después de él y de que también consiguiera el ingreso como carabinero su malogrado hermano Ignacio, lo haría uno de sus hijos en la Guardia Civil; también solicitó el ingreso mi padre, quien al parecer renunció después y en último lugar por propuesta de uno de mis tíos yo también solicité hacer el servicio militar como voluntario en el Ejército del Aire en principio sólo para hacer la mili, pero en parte gracias a la insistencia de mi tío y a que en realidad no tenía otra alternativa que no fuera volver al pueblo, después ingresé en el Ejército de Tierra donde gracias de nuevo a la ayuda de mi tío y de mis primos Evaristo y Jesús pude obtener la titulación académica que me faltaba para no causar baja en la Academia General Básica de Suboficiales. En aquellos primeros años de servicio militar y academia seguía sin sentirme identificado con aquella forma de vida que al fin y al cabo fue la de mi abuelo, puede que influenciado por el rechazo hacia los militares que desde niño vi en mi padre a pesar de su fascinación hacia el comunismo un ideal netamente militarista, pero la figura de mi abuelo que nunca dejó de ser un referente como persona me ayudo a tomar la decisión de elegir entre quedarme en el pueblo con la comida y la cama hecha todos los días o seguir adelante seguramente por la misma razón que lo hizó él cuando se fue a Huesca: por cuestión de supervivencia.

Mis abuelos Félix y Micaela
Sin embargo fue evidente la escasez de muestras de admiración o cariño hacia él todavía en vida y después de muerto entre sus descendientes que en algunos casos se han limitado a reconocer que era buena gente, pero en realidad a pesar de ser quien garantizó el sustento, la seguridad y el equilibrio para su familia, era mi abuela la que ejerció un férreo matriarcado al margen del criterio de su marido incluso antes de que él perdiera su trabajo, como antes lo pudo hacer en su familia paterna y como después también en cierta forma todavía dejara sentir su impronta en la de alguno de sus hijos hasta casi su fallecimiento. Entre las numerosas reprobaciones que mi abuela hacía de mi abuelo, probablemente por la dureza de su infancia sin madre, sin unas condiciones de vida dignas en un paraje aislados del pueblo del que obtenían simplemente la comida a cambio de su trabajo o puede que porque no llegara a asimilar las consecuencias que para su padre y hermanas tuvo su decisión de dejar el pueblo para formar una familia e iniciar una nueva vida lejos de él, recuerdo una sorprendente disertación despectiva hacia “los uniformes” que pude escuchar después de la muerte de mi abuelo cuando debido a su sordera expresaba en voz alta sus pensamientos; el sentir hacia ellos era de muy poca estima, pero seguramente habría sentido lo mismo hacia la madera si la profesión de su marido hubiera sido la de carpintero.

Puede que por esa carencia de reconocimientos hacia mi abuelo me sorprendiera agradablemente una anécdota ocurrida a finales de los 80, unos 15 años después de su muerte cuando junto a mi hermano mayor y un amigo cifontino, en el control de la frontera con Portugal por Valencia de Alcántara al entregar los documentos de identidad, un guardia civil ya entrado en años al verlos nos preguntó si conocíamos a Félix Benito el guardia, aquel señor que estuvo durante un largo rato contándonos sus recuerdos por nuestra tierra, no pudo contener su alegría al enterarse que éramos sus nietos, nos dijo que él le apreciaba mucho porque estuvo muchos años destinado en Cifuentes y se llevaba muy bien con él y efectivamente eso sí que coincidía con mis recuerdos de que tenía una buena relación con todos los guardias que visitaban durante sus servicios el pueblo; siempre dedicaban un rato a conversar con él, porque a pesar de que en los papeles se hizo constar que había pertenecido al bando enemigo, los guardias civiles que le conocieron no dejaron de considerarle un compañero, igual que les consideraba mi abuelo a ellos.

 
     
     
     
 
SEGUNDA PARTE
 
 
(Pendiente de publicar)
 
     
 
Empezar de cero
 
     
 
Solicitud de agosto de 1939 para la repatriación de mi abuelo paterno Félix Benito Barbas desde el campo de concentración en Francia
 
     
     
 
Hospitalidad en un pueblo saqueado
 
     
 
Informe firmado en 1940 por mi abuelo materno Vicente Hernando Rodrigo como alcalde de Torrecuadradilla, en el que se hacía constar el saqueo generalizado de las viviendas de la mayoría de los vecinos por parte de los milicianos republicanos.
 
     
     
 
Valdesaz, fracaso y división
 
     
 
Foto de 1964 en la casa familiar de Valdesaz. Una vivienda de unos 35m2 para una familia de 7.
Casa de Félix y Petra y restos del tejar común de los Sempere en 1982.
Asignación publicada en 2010 del tejar al heredero de Micaela antes de su troceado para nueva reasignación
 
 
 
     
     
 
TERCERA PARTE
 
 
(Pendiente de publicar)
 
     
 
La rueda y las pesetas: cinco infancias trituradas
 
     
 
Mi primer accidente laboral a los 9 años de edad
 
     
 
El tejar del pueblo en 2002, un cuarto de siglo después de abandonarlo
 
     
     
 
Escapada y diezmo
 
     
 
     
1973
1979
2003
La ayuda a la construcción y mantenimiendo de la casa paterna y cobertizos fue una constante desde la infancia hasta la jubilación
 
     
     
 
La milicia en la familia, tradición o necesidad
 
     
 
Una profesión de la que no esperas ningún reconocimiento, más bien al contrario, en ciertas personas que no pasarían ni las pruebas de acceso despierta uno de los pecados capitales menos placenteros a pesar -o a causa- de que cada paso exige esfuerzo y renuncias a cambio de muy poco.
 
     
     
   
 
PARTE FINAL
 
     
 
Lecciones aprendidas
 
     
 

Es una tendencia muy habitual en casi todas las familias mantener una imagen al exterior que en ocasiones no se parece mucho a la realidad. Hay que entender que la privacidad es un derecho que pasa a ser esencial cuando protege a la intimidad de las personas, sin embargo es aquí, en este dificil equilibrio entre la protección de la esfera privada y la necesidsad de socialización donde pueden surgir los conflictos y llegar a un punto en el que se consigue el efecto contrario al deseado: que tu entorno social conozca más de de tu familia que tú mismo. Peor aún es que, en ese afán de dar una coherencia a un relato imaginario sobre tu propia historia, transmitas a los tuyos una idea equivocada o contraria sobre sucesos relacionados con terceras personas que en su día ayudaron a tu familia porque con esto no sólo no conseguirás cambiar tu realidad ante los demás sino que habrás convertido en un auténtico campo de minas el camino de los que vienen detrás.

Son muchas las razones por las que he decidido concluir este trabajo con una recopilación de datos y testimonios a los que sólo tendrá acceso mi hija y quien siendo de mi círculo más cercano tenga interés en verlo. La primera de las razones es que disponga de información para no caer en los mismos errores que yo he cometido y que básicamente sepa de dónde viene, que conozca lo malo y lo bueno de su familia paterna y que extraiga lo mejor de cada persona. Que saque sus conclusiones sobre lo que puede servirle como elementos de juicio cuando tenga que tomar decisones en su vida y también que sepa detalles, por ejemplo nombres y apellidos de quienes ayudaron en su día a sus abuelos paternos ofreciéndose como fiadores cuando la familia atravesaba una mala situación económica a veces sin ser familiares o que sepa que también tuve apoyo familiar y pude contar con mis tíos paternos para salir del pueblo y con mis primos maternos cuando tuve que buscarme la vida para sacarme la titulación necesaria y no causar baja en lo que después ha sido mi profesión durante toda la vida. También queda testimonio de las burlas -que las hubo- en el momento de tomar una decisión crucial para mi futuro porque es necesario saber que puedes tener a tu lado personas que esperan tu fracaso y que eso no debe ser un obstáculo para seguir.

Paseo por el río en 2016

Mayor error que ocultar a las generaciones siguientes las vivencias menos buenas que han marcado el devenir de la familia, es transmitirles una versión idílica que nada tenga que ver con la realidad y si se hace contra el criterio de los propios padres, puede enrarecer la convivencia familiar al quedar cuestionada su postura ante los hijos y en consecuencia minada su confianza. Por eso, en esta recopilación de testimonios y documentos se separa lo que fue de lo que pudo ser y se deja constancia de cómo existen conductas imitadas o inducidas que sirviéndose del silencio o la reintepretación prevalecen sorprendentemente intactas traspasando las generaciones lo que lleva a una conclusión que sirve para todo el mundo: la consanguinidad en su grado más estrecho no siempre ha sido ni es ni será garantía de generosidad, respeto y apoyo mutuo sino que a veces cualquiera está en riesgo de convertirse en un medio o instrumento del que se sirva alguien cercano para conseguir sus propios fines con ausencia absoluta de ninguna empatía. Esto, que según las circunstanacias de cada uno puede parecer desde una obviedad hasta carecer totalemente de sentido, lo explica magistralmente Iñaki Piñuel en su libro Familia Zero.

Al rigor de los datos aportados en este último apartado añado mi propio relato y conclusiones sobre las circunstancias en las que crecí y viví y de lo que que fueron mis referentes durante mucho tiempo, sobre los valores que me inculcaron, no siempre acertados para que viendo sus consecuencias se pueda evitar repetir conductas reprobables, haciendo hincapié en lo importante que es la vinculación con tu tierra y sus gentes, el respeto a toda la familia a sus orígenes y a sus peculiaridades, en la aceptación de los que piensan distinto, en el reconocimiento a los que consiguen sus metas sin cuestionarlos sistemáticamente y en definitiva en la adaptación a los principios y organización sobre los que se sostiene la sociedad a la que se pertenece sin renunciar a un espíritu crítico porque creo que los valores se deben forjar con hechos y conductas positivas en nuestro día a día, no sobre ideales imaginarios y excusando la responsabilidad de nuestras propias decisiones u omisiones en otros.

Incluyo cientos de fotos de los lugares a los que en cuanto tuve oportunidad llevé a mi hija para que conociera los que más recuerdo de mi infancia como el Molinillo, Valdesaz y el río Tajuña y también reportajes de los que no visité hasta mi edad adulta precisamente donde mi abuelo pasó media vida y mi padre nació y creció. Allí, junto al Valle de Benasque ha tenido su primer contacto con el esquí y ha experimentado la sensación de volar junto a Ordesa. Ahora con los recuerdos y las sensaciones vividas en cada uno de los lugares de su padre y abuelos y con esta recopilación de testimonios familiares, tendrá la ocasión de evaluar por ejemplo, qué motivos puede haber para no desear volver a ver la tierra en la que se ha nacido.

Finalmente también se podrá encontrar en este relato privado una explicación del porqué puede llegar un momento en que para ser feliz es mejor echarse a un lado y si es necesario, desvincularte materialmente de tu tierra aunque hayas necido y crecido en ella para mantener una distancia razonable de quienes se puedan dejar llevar por el instinto primario de la territorialidad. Esto es muy común en todas las familias y lugares del mundo y no una particularidad de los Sempere, pero pudo ser la causa de que el primero de ellos que venía al pueblo todos los veranos para trabajar en los tejares, dejara un invierno de volver a Onil porque tras su ausencia se encontrase que su sitio ya no le pertenecía. En cierta forma es lo que les ocurrió después a Leandra y a Luisa, como posteriormente tampoco podrían quedarse en el oficio de su abuelo dos de sus tres nietos. Por eso, como dijo Bias de Priene uno de los siete sabios de la antigua Grecia, el saber es la única propiedad que no puede perderse.

 
     
     
     
 
Una vida vinculada a un monte
Mis mejores recuerdos del pueblo han estado siempre ligados a su monte. Desde que abrí los ojos en Valdesaz entre sus colores en primavera y los olores de la manzanilla, cantuesos, espinos y zarzas, el ruido del viento en los pinos y el croar de las ranas en los charcos del tejar , después de niño haciendo gavillas de sabina y enebro para el horno en el Rebollar o el Pinarejo o yendo de ojeo para los cazadores por 200 pesetas al día a cualquier paraje, de adolescente a mis 15 años descorchando pinos durante largas jornadas 7 días por semana en los Montecillos, Valpinoso o el Vallejo la Cueva, para seguir ya de adulto y por ocio durmiendo en el suelo en los parajes más solitarios como el Carretón o Arillares, haciendo esperas nocturnas para el jabalí en cualquier ribazo o cazando perdices al salto en el Sabinar o el Chaparral. Ahora toca seguir disfrutándolo cuando haya una oportunidad y mientras el cuerpo aguante.