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El monte siempre estará ahí
 
 

Fotos tomadas en mi último día como vecino natural con segunda residencia en Torrecuadradilla

 
Probablemente no fueran todavía las 11 de la mañana del miércoles día tres de abril cuando llegué al pueblo, faltaban solo cinco días para que la que había sido “mi casa” durante toda la vida –aunque en realidad nunca lo fue- dejara definitivamente de serlo al haber acordado la firma ante notario de la aceptación y reparto de herencia para el siguiente día 8 de abril reparto en el que decidí no quedarme con ninguna de las propiedades que quedaban de las herencias familiares; no sabía qué prioridades dar a las cosas que me quedaban para darle cabida en el maletero a lo más importante porque mi idea era que ya no iba a volver a por nada. Tras un breve repaso me di cuenta que en realidad lo único de valor eran los recuerdos: allí había rastro en fotos, objetos, ropa, libros o cuadernos de casi todos los sitios donde había vivido durante los más de 40 años que hacía que me fui del pueblo, ya fueran compañías, habitaciones de cuarteles o pisos, algunos de ellos ni me acordaba: Cuatro Vientos, Torrejón de Ardoz, Lérida, Calatayud, Alcalá de Henares, Zaragoza y al menos media docena de direcciones más de Madrid. así que tras recoger cuatro cosas personales, algo de material de dibujo de Adriana que todavía estaba por allí y ropa de Esther, lo metí en el maletero en tres bolsas de la compra y eché una última ojeada al pueblo como todavía vecino de él. Para despedirme solo se me ocurrió echarme un trago de agua en la fuente que le salía a presión tras las últimas lluvias de semana Santa y sentarme junto al nuevo depósito de agua para comerme el bocadillo mirando al barranco de la Hocecilla, una imagen que habrá sido la primera que he visto en mi vida durante miles de amaneceres pero que por alguna extraña razón en especial cuando el barranco lleva agua, sigue teniendo un efecto terapéutico
Abril de 2024
Diciembre de 1995
Ya se había olvidado que la Hocecilla, uno de los parques temáticos más cotizados que teniamos de niños cuando llovía, podía volver a llevar agua. No solo ha cambiado el clima, también faltan algunas personas y además el monte se ha apoderado de las zonas que dejaron de ser pisadas por el ganado y los vecinos
 
 
 
 
Una decisión sin alternativa

Allí sentado junto al depósito mirando el agua, el horizonte del Cerro de los Villares y la iglesia, durante el rato que tardé en comerme un bocata de jamón, un poco de queso azul y unas mandarinas recordé las innumerables mañanas con escarcha saliendo a cazar o tardes con la cámara para intentar fotografiar cualquier animal del monte, pensé entre otras muchas cosas si la decisión tomada hacía algún año de no quedarme con ninguna propiedad en el pueblo sería la más acertada o por el contrario me arrepentiría algún día de haberla tomado. Pero en realidad tampoco se trataba de una opción; no sería sincero si no reconociera que una parte importante de aquella decisión no fue de motu proprio sino condicionada en buena parte por las de terceros. Entre bocado y bocado no pude evitar recordar con una sonrisa forzada cuando años atrás ante una propuesta a uno de mis amigos y familiar lejano del pueblo de comprarle una propiedad que él ya no utilizaba porque estaba viviendo en Guadalajara y apenas aparecía por allí, me contestó que tenía que preguntar antes si la quería otro familiar de idéntica consanguinidad, efectivamente la otra persona que nunca le había propuesto comprársela se la quedó. Después otra de mis amistades de similar arraigo correspondiendo a su sentir expresado en más de una ocasión de que me quería como a un hermano, aunque aquella exaltación de la amistad sospechosamente siempre iba adobada en espirituosos, me hizo saber que me pondría en su testamento como beneficiario para que si en el caso de que él muriera –bastante probable ya por entonces– si lo había hecho también su madre y su esposa, yo heredaría parte de sus bienes de Zaragoza pero no los del pueblo porque unos los había cedido en uso a otros hermanos adoptivos del pueblo y la casa se la había donado a un amigo de su padre que jamás estuvo allí y que después renunciaría a ella sin llegar a pisar el pueblo. En realidad aquel noble ofrecimiento era un eufemismo para decirme que fuera de la barra pasaba olímpicamente de mí. Sin embargo a ninguno de los dos podría reprocharles que fueran injustos conmigo por no valorarme a la hora de la verdad como un supuesto amigo, porque ambos demostraron por su final no haber sido tampoco muy condescendientes con ellos mismos.

No me fue mucho mejor cuando intenté comprar una propiedad que ni siquiera estaba en el pueblo con más valor sentimental que real perteneciente a mi familia materna, en la cual ya se habían mostrado comprensivos al vender varios solares de la masa hereditaria común a otros descendientes que se iban a construir casa de manera inminente o decían que iban a hacerlo; el intento solo me sirvió para comprobar cómo hubo consenso entre los herederos para cederla gratis a una de las familias antes que vendérmela a mí. Y como de todo se puede aprender, de aquello concluí que hay que saber encajar las realidades y dar a las personas y a las cosas el valor que de verdad tienen para ti. Cuando por muchos vínculos formales que te unan a una persona, si ésta no te tiene en cuenta a la hora de compartir algo de lo común contigo solo te queda aceptarlo y simplemente ignorarla. Peor es que aprovechando esos mismos vínculos no sólo se limite a ignorarte a la hora de compartir lo común sino que aproveche la cercanía para usarte en su propio interés; en ese caso solo cabe una medida que es poner distancia o como denominan los expertos contacto cero.

Para entonces todavía estaba digiriendo no ya que mi padre con su autorización imprescindible nos privara de Valdesaz donde nos salieron los dientes a todos sus hujos porque hacía años que manifestó que esa era su voluntad, sino que fuera otro Sempere con bastantes malas artes quien consiguió durante la tramitación de la concentración parcelaria que se alterara su asignación inicial como finca de reemplazo y otro familiar no Sempere quien con su silencio cómplice permitiera que se consumara la cacicada sin que nos enterásemos ninguno de los hijos. Así las cosas, con las tres bolsas de enseres en el maletero sabía que el único patrimonio que me llevaba estaba en los recuerdos y que en el fondo el no tener ninguna obligación como dueño me daría más libertad para disfrutar cuando me apeteciera hacer alguna visita esporádica para una de las cosas que más feliz me hecho en el pueblo: pisar su monte.

Sin embargo ese no parecía el día más apropiado para dedicarlo a hacerme una ruta por él; demasiados recuerdos y sentimientos encontrados como para desconectar y disfrutar como se debe hacer en cualquier caminata así que mi primera idea fue bajar hasta el barranco hacer alguna foto para el recuerdo de ese último día como perote de pleno derecho y después coger el coche y volver a casa. Haciendo esas fotos me di cuenta del tiempo que ha pasado y que a pesar de que muy de vez en cuando he bajado por ese barranco durante las últimas décadas, nunca me había fijado en detalles que ese día sí me llamaron la atención. El cauce del arroyo me pareció mucho más pequeño que cuando bajaba a echar barcos en él de niño; las primeras flores de primavera eran idénticas y seguían los agujeros donde hacían nido los pájaros en el mismo sitio pero se notaba que sin haber tenido inquilinos en décadas probablmente debido a la drástica reducción de sus poblaciones e incluso la desaparición de algunas especies. Me llamó la atención que la fuende del Cubo estuviera totalmente oculta por la maleza y solo podía escucharse el ruido del agua.

Sin ningún plan para ese día tan extraño, después al llegar de nuevo al coche que ya había dejado apuntando al camino de regreso, pensé en qué motivación podría tener para seguir más tiempo por allí una vez descartada la ruta prevista a primera hora y entonces me vino a la cabeza el consejo que el personaje de Al Pacino le da a su gato antes de irse a Nueva York en la pelicula Esencia de Mujer y aunque exactamente aquella posibilidad para su mascota a mí no se me podía plantear, decidí darme una vuelta por Cerrollaría y la Muela a ver qué caía y no perderme al menos la crecida de la Carrera, el Tajuña y el embalse de la Tajera y si me salía algún plan mejor, como así ocurrió, no lo desaprovecharía.

     
 
 
Perdiz macho en el campo de Torrecuadradilla marcando su territorio ante intrusos
 
 
Qué se podría decir de la perdiz -la auténtica- que no hayan hecho ya un sinfín de escritores, pintores, cazadores o simples apasionados del campo. Me quedo sin embargo con Miguel Delibes un cazador, escritor y naturalista que con su dominio magistral del castellano las sensaciones al leerlo son las más parecidas a contemplar a este animal en vivo. La inteligencia, belleza y fuerza de esta ave ha cautivado hasta casi la obsesión a más de un artista; así que para los que somos simples apasionados del campo no podriamos encontrar mayor espectáculo para los sentidos durante un paseo que poder contemplar a un macho en celo marcando su territorio.
 
 

Iba con el coche camino del pantano con la simple intención subir hasta Cerrollaría y a la altura de Cerro Enmedio una pareja de perdices cruzó a peón el camino dirección al Castillejo, una de ellas se perdió entre los enebros y la otra quedó en la linde del sembrado como para comprobar si mi presencia era suficiente motivo para abandonar su territorio; sin parar el motor detuve el coche y bajé la ventanilla, saqué la cámara que llevaba en la mochila sobre el asiento del acompañante y ahí seguía el macho desafiante como pude comprobar por el visor al apreciar su píleo erizado en actitud hostil. Tras dos o tres disparos (con la cámara), el animal receloso de que alguien mucho más grande pudiera buscarle un problema siguió su camino por donde un minuto antes lo había hecho su hembra. Si bien la foto no era nada del otro jueves, esta irrupción me recordó que estábamos en plena época de celo para la alectoris rufa y no sería extraño que precisamente en Cerrolaría pusiese observar alguna pareja más.

Al llegar a la fuente de los Chopos paré el coche, saqué la cámara y también comprobé que en el teléfono llevaba grabado